¿FARISEO O PUBLICANO? TU ELIJES

Domingo 23 de octubre
30 del tiempo ordinario
Lucas 18,9-14

El fariseo de ayer y de hoy es esencialmente el mismo. Un hombre satisfecho de sí mismo y seguro de su valer. Un hombre que se cree siempre con la razón. Posee en exclusiva la verdad y se sirve de ella para juzgar y condenar a los demás.
Porque desde esa posesión exclusiva de la verdad el fariseo juzga a todos, condena a todos, clasifica a todos. El siempre está entre los que poseen la verdad y tienen las manos limpias. El fariseo no tiene que cambiar, no se arrepiente de nada, no se corrige. No se siente cómplice de ninguna injusticia. Por eso, exige siempre a los demás cambiar, renovarse y ser más justos, pero siempre los otros, él nunca.
Quizá sea éste uno de los males más graves de nuestra sociedad. Queremos cambiar las cosas. Lograr una sociedad más pacífica, más humana y más habitable. Queremos transformar la historia de los hombres y hacerla mejor. Pero, ilusos de nosotros, que pensamos cambiar la sociedad sin cambiar ninguno de nosotros, sin revisarnos ni corregir nada de cada uno de nosotros mismos.
Queremos lograr el nacimiento de un hombre más libre y responsable, y pensamos que la esclavitud y las cadenas nos las imponen los otros siempre desde fuera. Y, en nuestra ingenuidad farisea, pensamos poder lograr una convivencia social más libre y responsable, sin liberarnos cada uno del egoísmo, de los prejuicios y de los mezquinos intereses que nos esclavizan desde dentro.
Queremos una sociedad más justa y estamos dispuestos a luchar por ella, olvidando quizás que el primer combate lo tenemos que entablar con nosotros mismos, pues cada uno de nosotros somos un “pequeño opresor” que, en la medida de nuestras pequeñas posibilidades, crea injusticia, favoritismo, impaciencia, desconfianza, pesimismo.
Queremos luchar por la justicia y promover el derecho y la dignidad para todos y asistimos indiferentes a las injusticias de paro, de hambre, de pobreza, sin rebelarnos contra la marginación establecida en nuestra sociedad para con los más necesitados, tanto más grave cuanto que se ejerce de manera permanente, profunda, silenciosa y hasta legal en muchos casos.
Queremos paz y reconciliación y va creciendo en nosotros la actitud de resaltar los errores y defectos de los demás, olvidando u ocultando los propios y eso no es solo cosa que hacen los políticos. Es el gran riesgo de todos los grupos, colectivos e instituciones -también dentro de la Iglesia- que desean hacer presente su mensaje a la sociedad.

Solo la confianza en Jesús y en los demás nos puede abrir creativamente hacia el futuro.