LIBERTAD NO ES LIBERTINAJE. LIBERTAD ES MIRAR A LOS OJOS AL PRÓJIMO A LOS OJOS
Domingo 29 de marzo.
5º de Cuaresma.
Juan 11,3-7.17.20-27.33b-45
Tenemos
miedo. Mucho miedo. Miedo a todo. Miedo a perder cosas, cosas que nos hacen egoístas.
Y preferimos no pensar en la injusticia que sufre el prójimo.
Preferimos
no saber la mentira con que engañan al vecino, no denunciar la opresión que
padece el compañero, cerrar los ojos al hambre del hermano.
Y
es que cuando la muerte se ve solo como “el fin”, la muerte nos aterra. De ahí
que -y no es pura coincidencia- el tirano como el delincuente exploten al
máximo el miedo de los hombres para asegurar el éxito de sus propósitos y
garantizar el silencio y la complicidad de los hombres. Y lo malo del caso es
que todo aquel que, por miedo a la muerte, practica o encubre la injusticia,
desfigura o escamotea la verdad, es ya solo el despojo de una ejecución
anticipada.
Por
eso el cristianismo, al anunciar su mensaje de vida y resurrección, está
ofreciendo a la humanidad la única oportunidad de liberación: la liberación de
todos los miedos, la liberación del gran miedo de la muerte. Morir no es fin,
más que para los opresores y para toda opresión”.
¡De
cuántos miedos necesitamos liberarnos!
Creo
que el mensaje del evangelio de este domingo –la resurrección de Lázaro- es una
invitación a superar todo tipo de miedo, incluido el miedo a la muerte. Solo
entonces alcanzaremos la libertad necesaria para ser nosotros mismos en la vida
de cada día.
Jesús
lo consiguió. No le fue fácil. Llegó a sudar sangre. Pero nos mostró que es
posible un futuro de esperanza y de vida plena. Un futuro que hemos de comenzar
ya aquí en esta vida.
Perdamos
los miedos enfrentados a ellos y busquemos
nuestras posibilidades de libertad.
JESÚS ES LUZ Y COMO TAL ES LIBRE Y ACTUA CON LIBERTAD
Domingo 22 de marzo
4º de Cuaresma
Juan 9,16-9.13-17.34-38
Jesús
fue, sin duda ninguna, un hombre absolutamente libre, un hombre que rompió
todos los esquemas de su tiempo y todos los esquemas de los tiempos que le
sucedieron. Concretamente en el terreno religioso fue un judío que “sin abolir
la Ley, sino dándole su cumplimiento”, dio en su entorno y para la posteridad
una lección clarísima de cómo deben entenderse las relaciones con Dios.
Por
eso a Jesucristo no le importa comer con los oficialmente “pecadores” -porque
eran ellos y no los “buenos” oficiales los que lo buscaban y lo necesitaban
imperiosamente- y no le importaba que una mujer como Magdalena -que había amado
tanto- regara con sus lágrimas de mujer, consciente de sus pequeñeces, los pies
que no habían sido lavados por el anfitrión, y no le importó que aun cuando la
ley mosaica mandaba lapidar a las adúlteras “in fraganti”, aquella adúltera que
estaba delante de Él saliera como nueva sin recibir ni siquiera un reproche de
sus labios.
Por
eso no le importó calificar a los fariseos con los más rotundos epítetos que
encontramos en su léxico y llamar “zorro” a Herodes. No le importó hacer todo
eso porque Jesús era, fue, un hombre absolutamente libre que no conocía más que
una norma: hacer la voluntad de su Padre, un Padre que es fundamentalmente
espíritu.
Los
cristianos damos deberíamos preguntarnos si damos a los que no lo son la
sensación de que somos mujeres y hombres maduros o más bien parecemos niñas y niños
pequeños necesitados siempre de atención y consejo. Si damos la sensación de mujeres
y hombres capaces de autonomía o de ciegos o tullidos que necesitan siempre la
mano de otro para que nos diga por dónde tenemos que andar.
Sería
cuestión de pensarlo seriamente y dar respuesta sincera a la luz de la actuación
de Jesús.
CONVERSAR CON JESÚS ES LLENARSE DE SU AGUA VIVA
Domingo 15 de marzo
3º de Cuaresma
Juan 4,5-15.19b-26.39a.40-42
Conversar
con Jesús no es irse por las ramas ni hacerse el despistado. No es discutir
sobre esta religión o la otra. No es repetir lo que hemos aprendido en la
Biblia.
Conversar
con el Jesús no es ponerse a la defensiva y decirle nuestras excusas: tú ya
sabes, Señor, el trabajo, los hijos, la rutina, la renta, el sueldo que no
llega… ¿cómo puedo tomarte en serio con tantos asuntos en mi mente?
Conversar
con Jesús es identificarse con la samaritana. Es mirar la profundidad de tu
pozo. Es dejar que Jesús te lo llene de agua que quita la sed, de agua viva.
Conversar
con Jesús es dejarle hablar a él, escucharle y permitirle ver tu vida tal cual
es.
Es
abrirte a él para que te redima.
Conversar
con Jesús es reconocer que Él no está ni en la montaña ni en Jerusalén. Él está
en mi sed.
Jesús
no está en el templo sino en el grito de mi espíritu que grita: dame tu agua
viva.
Cuando
hemos probado el agua viva de Jesús, no necesitamos de otras fuentes.
Cuentan
la historia de un buque que navegaba por el sur del océano Atlántico y hacía
señas a otro buque que navegaba por allí: Ayudadnos. No agua, Nos morimos de
sed. Los del otro buque les gritaron: Echen sus cubos donde están. Los del
barco siguieron gritando: Ayuda. No agua. Nos morimos de sed.
La
respuesta era siempre la misma. Desesperados decidieron seguir el consejo y
llenaron sus cubos con agua clara, fresca y dulce de la desembocadura del
Amazonas.
Estaban
rodeados de agua dulce por los cuatro costados, sólo tenían que cogerla, pero
ellos ignorantes pensaban que se encontraban rodeados de aguas saladas.
ESCUCHANDO A LOS DEMAS DESCUBRIMOS A JESÚS
Domingo 8 de marzo
2º de Cuaresma
Mateo 17,1-9
Vemos
a los demás, no por lo que llevan dentro, sino por lo que vemos desde afuera.
Vemos
a los demás, tapados y escondidos detrás del muro de sus cuerpos.
Vemos
los árboles, desde su áspera corteza, y no vemos la savia que corre por dentro.
Vemos
las rejas de la cárcel, y no vemos a los hombres que sufren privación de
libertad allá dentro.
Vemos
las rejas de los conventos de clausura, y no vemos esas almas contemplativas
que han consagrado su vida a Dios y dedican sus vidas a orar por la Iglesia y
el mundo.
Vemos
la enfermedad y vemos muy poco al enfermo.
Vemos
el pan de la mesa, y no vemos el sudor de quien lo ha ganado con su amor y el
esfuerzo de su trabajo.
Vemos
el cuerpo gastado y arrugado del anciano ya cansado, y no vemos al hombre que
vive y siente y ama y tiene necesidad de cariño, allí dentro.
Vemos
a la Iglesia desde sus debilidades humanas, y no vemos al Jesús que vive
resucitado en ella.
Vemos
el pan de la Eucaristía, y vemos muy poco al Jesús que se encierra dentro de
ese pan.
Nos
miramos y nos vemos cada mañana en el espejo. Pero el espejo no nos muestra
nuestra verdad interior. No nos muestra nuestro corazón ni nuestra alma. Es
preciso aprender a mirar y ver no lo que llevamos de cáscara sino lo que vive
dentro, late dentro, ama dentro. Es preciso aprender a mirar al mundo y
descubrir a Dios. Es preciso mirar al hombre y descubrir en él, a un hermano.
Las personas ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos
en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el
mensaje que toda persona nos puede comunicar.
Tampoco
resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente
es vivir escuchando a Jesús. Y sin embargo, solamente desde esa escucha cobra
su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Solo desde la
escucha nace la verdadera fe.
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