DEJAMOS QUE JESÚS SE ALOJE EN NUESTRA CASA

Domingo 30 de octubre
31 del tiempo ordinario
Lucas 19,1-19 

Los hombres libres. Los hombres que tienen el coraje de cambiar lo que hay que cambiar. Los hombres capaces de revelar el nuevo rostro de Jesús. Todos esos son un riesgo y un peligro para cuantos preferimos sestear cómodamente en lo de siempre. Para cuantos no nos atrevemos a poner en tela de juicio lo que siempre se nos ha dicho. Y nos dejamos llevar de la corriente. Para todos ellos, Jesús es un peligro.
Fue todo un peligro para la religión de la Ley.
Fue todo un peligro para todos los que vivían el Dios de la Ley.
Fue todo un peligro para todos aquellos que creían que primero hay que ser bueno para que Jesús los ame… Olvidando que Jesús nos ama incondicionalmente…
Por eso, Jesús fue el gran escándalo para los buenos fariseos: “Este come y se hospeda en casa de los pecadores”.
Los malos y los pecadores siempre han sido un escándalo para los buenos.
Menos para Jesús, que personalmente se invita a hospedarse en su casa y a comer con ellos.
Todos vivimos demasiado esa pobre idea de que ser bueno era distanciarnos de los malos y no contaminarnos con ellos. Algo así como si fueran los otros los que nos manchan y ensucian.

Cuando se trata de dar la mano al débil, al marginado, al pecador, Jesús no cuida de ensuciar su imagen.
Porque Jesús no vive de la imagen que puedan tener de él, sino de la verdad del hombre y la salvación del hombre.
A Jesús no le importan las murmuraciones de los que se creen buenos. Le importa más la dignidad del hombre.

Quien se aleja de los malos, para conservar su buena imagen, se está alejando de Jesús. La distancia entre nosotros y Jesús es la misma distancia que establecemos entre nosotros y los malos…