Ascensión de nuestro señor
Marcos 16, 15-20
No
ignoro, mis queridos jóvenes lectores, que la teatralidad con que generalmente
los pintores plasman este misterio de nuestra Fe, es un inconveniente para que
nosotros lo consideremos útil y lo contemplemos con reverencia. Imaginaos que
el Señor hubiera continuado con los encuentros personales, con los mensajes que
nos cuentan los textos evangélicos, los creyentes estarían siempre pendientes
de dichas apariciones. En nuestro tiempo, se desearía más conseguir un buen
selfie con el Señor, que ser fieles discípulos suyos. Pero la Ascensión no es
un fenómeno circense. Es la última aparición sensorial a la comunidad.
Es la última e implica con ello un mensaje exigente. No deben, no
debemos, permanecer estables, atesorando imágenes o recuerdos terrenales. Algo
de esto nos dice. Es preciso marchar, propagar la Buena Nueva. La Noticia que
implica un estilo de vida, un comportamiento peculiar de cada día, pero sin
ignorar que hay un final de ruta Trascendente.
Considerad ahora, mis queridos jóvenes lectores, la historia de
otros fundadores de religiones. La reseña que nos ofrezcan de sus ideas, tal
vez nos cueste menos creerla. Pero será una referencia pasada y carente de
total perfección. La del Maestro implicará la aceptación del misterio, eso sí.
Su mensaje es, fundamentalmente, de Amor y vosotros sabéis bien que todo
enamoramiento, toda amistad, aunque sean puramente humanas, tendrán siempre un
rasgo ilógico. Pues, mucho más lo será cuando se trate de Dios, de su
existencia, de su predilección, sin que implique que sea descabellado, pero sí
paradójico.