Santísima Trinidad
Mateo 28,16-20
No. Dios no es un amo. Y nosotros no somos sus siervos. A pesar
de algunas expresiones que se conservan todavía en ciertas oraciones del Misal
Romano. Dios no quiere siervos, quiere hijos.
Si observamos con atención la imagen de Dios que
ofrecen las distintas religiones de la tierra, al menos las más conocidas,
veremos que en todas ellas Dios es presentado como el amo absoluto de
todas las cosas: de la vida y de la muerte, de la felicidad y de la desgracia,
de las cosas y de las personas. Y esta imagen de un dios-amo acaba
siempre siendo utilizada para justificar la existencia de otros amos, éstos de
tejas para abajo.
Esta es la inmensa revolución que se produce con el mensaje de
Jesús de Nazaret: Dios ya no se llama «el Señor», se llama ¡Padre! Ya
no se puede justificar ninguna esclavitud; ninguna actitud servil está
justificada. Porque los hombres, para Dios, ya no son siervos, sino hijos.
No le bastó con negarse a ser amo para ser Padre; Dios quiso
también ser hermano. Y en el Hijo del Hombre se hizo presente en el mundo de
los hombres. Y lo hizo tan en serio, que desde ese mismo momento ya no se puede
llegar al Padre si no es a través del Hijo del Hombre. Y no se puede ser hijo si
no se quiere ser hermano.
No hay más remedio que aceptarlo así, porque él así lo ha
querido, o mejor, porque ésa es la realidad de Dios, porque Dios es así.
Para conocer a Dios, al Padre, tenemos que empezar por conocer a
aquel que, sin demasiadas teologías, sino con su vida, con la entrega de su
vida, con su muerte por amor…, ha sido y sigue siendo la explicación de Dios, a
quien nadie ha visto jamás (Jn 1,18).
Y para vincularse al Padre hay que vincularse al Hijo y
solidarizarse con él en la realización del proyecto de liberación que, por
medio de él, el Padre ofreció y sigue ofreciendo a la humanidad: convertir este
mundo en un mundo de hermanos.