LO QUE CUENTA PARA JESÚS ES NUESTRO VIVIR DIARIO

Domingo 1 de octubre
26 del tiempo ordinario
Mateo 21,28-32

Son muchos los cristianos que viven su fe cómodamente sin que su vida se vea afectada por ella. Cristianos que se desdoblan y cambian de personalidad, según se arrodillen para orar a Dios o según se entreguen a las ocupaciones diarias. Jesús no entra para nada en su familia, en su trabajo, en sus relaciones, en sus proyectos o en sus intereses. La fe queda convertida en una costumbre…
¿Quién sospecha hoy realmente que los alcohólicos, vagabundos, pordioseros y todos los que forman el desecho de esta sociedad, puedan ser un día los primeros?
¿Quién se atreve a pensar que las prostitutas, los heroinómanos, o los afectados del Sida pueden preceder a no pocos cristianos en la Vida? Sin embargo, aunque ya casi nadie lo digamos: los indeseables y rechazados, tienen que saber que el Dios revelado por Jesús, sigue siendo su amigo.
Todos hemos de preguntarnos, con sinceridad, qué significa realmente Jesús en nuestra vida diaria. Lo que se opone a la fe no es, muchas veces, la increencia, sino la falta de vida. ¿Qué importancia tiene el credo que confiesen nuestros labios, si después falta en nuestra vida el mínimo esfuerzo sincero para seguir a Jesús? ¿Qué importa -nos dice Jesús en la parábola- que un hijo diga a su padre que va a trabajar en la viña, si luego en realidad no lo hace? Las palabras, por muy hermosas que sean, no dejan de ser palabras. ¿No hemos reducido, con frecuencia, nuestra fe a palabras, ideas o sentimientos? ¿No nos olvidamos con frecuencia de cuál es la voluntad de Dios?
La verdadera fe, hoy y siempre, la viven aquellos hombres y mujeres que traducen en vida el evangelio
Nuestra desgracia es la envidia. La mezquindad.

¡Que seamos capaces de tener el mismo corazón de Jesús!