SOY CRISTIANO PORQUE SOY AMADO POR MI HERMANO JESÚS

Domingo 10 de enero
Fiesta del bautismo de Jesús
Lucas 3,15-16.21-22

La fe cristiana no es ninguna receta para encontrar la felicidad. Ser creyente no hace desparecer de nuestra vida los conflictos, contradicciones y sufrimientos propios del ser humano. Pero en el núcleo de la fe cristiana hay una experiencia básica que puede dar un sentido nuevo a todo: Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque estoy habitado y sostenido por un Dios santo que es amor insondable y gratuito.
Contra lo que algunos puedan pensar, ser cristiano no es creer que Dios existe, sino que Dios me ama y me ama incondicionalmente, tal como soy y antes de que cambie.
Ésta es la experiencia fundamental del Espíritu. El “bautismo del Espíritu” que nos recuerda el relato evangélico y que tanto necesitamos los creyentes de hoy. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.
Si no conocemos esta experiencia, desconocemos lo decisivo. Si la perdemos, lo perdemos todo. El sentido, la esperanza, la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad inquebrantable de saberse amado.
Para los primeros cristianos fue un problema responder a la pregunta de ¿por qué se bautizó Jesús, si Él no tenía pecado?
Cuando un hombre es encontrado culpable de algo, casi instintivamente nace en nosotros un movimiento de distanciamiento, rechazo y hasta repulsa. Parece la reacción normal de todo hombre que desea reafirmarse en la honestidad y rectitud de una conducta limpia.
Parece como que lo primero y quizás lo único que debemos hacer ante el culpable es separarnos de él, condenando su actuación y criticando su conducta. Tendemos a sentirnos más jueces que hermanos.
Sin embargo, quizás no es ésta la única postura ni siquiera la que más puede ayudar al hombre a rehacerse de su pecado, rehabilitarse y recuperar su dignidad perdida.
Con frecuencia, se han preguntado los creyentes por qué se hizo bautizar Jesús. Su gesto resulta sorprendente. Juan el Bautista predica “un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados”. ¿Cómo pudo, entonces, Jesús, el hombre justo y sin pecado, realizar un gesto que lo podía confundir con el resto de los pecadores?
La respuesta es, quizás, bastante clara para aquél que conozca un poco de cerca la actuación de Jesús de Nazaret.
Uno de los datos mejor atestiguados sobre Jesús es su cercanía y su acogida a hombres y mujeres considerados como “pecadores” en la sociedad judía. Es sorprendente la fuerza con que Jesús condena el mal y la injusticia y, al mismo tiempo, la acogida que ofrece a los pecadores.

Comparte la misma mesa con pecadores públicos, a los que nunca un judío piadoso se hubiera acercado. Ofrece su amistad a los sectores más despreciados por las clases “selectas” de Israel. Llegan a llamarle con desprecio “amigo de pecadores”.