¡NO SEAMOS MÁS DE LO MISMO!

Domingo 3 de enero
2º domingo de Navidad
Juan 1,1-18

La Navidad, en sí misma, no nos trae la seguridad de cambiar a mejor. O, dicho de otra manera, cuando dejamos de lado el aspecto más genuino de estos días (el Nacimiento de Cristo) y los humanizamos demasiado, se puede caer en el extremo contrario: no se puede imponer a nadie ser bueno por el hecho de ser Navidad. Y, al contrario, todo el que viva mirando a la estrella de la fe la Navidad, a la fuerza, ha de intentar ser mejor mirando al mejor de los mejores: Cristo en el pesebre.
La Navidad, además de conmovernos, ha de situarnos ante nuestra propia vida. La  llegada de un niño tambalea, condiciona, alegra y hasta altera la dinámica de un hogar: todo gira en torno a él. Con Jesucristo ocurre algo parecido. Ha venido para quedarse en medio de nosotros, para acampar junto a nosotros y para llenarnos e inundarnos de su luz. ¿Cómo no vamos hacer lo posible por buscarle cuando, el Señor, nos trae un haz de luz?
Y, si Dios, nos ha dado un Niño, a partir de este momento estamos llamados a cuidarlo. A intentar, por todos los medios, que nuestra vida sea agradable para El. En definitiva a cambiar en lo que tengamos que cambiar y hacer de nuestra Iglesia, de nuestra familia, de nuestra existencia un lugar confortable para que Jesús pueda manifestarse y ser creíble por nuestras palabras y obras. ¿Seremos capaces?
Una familia, ante la llegada de un niño, no queda paralizada por el acontecimiento. Por el contrario;  se pone en movimiento, en pie. Y, cuando el niño llora, se le acuna; y cuando tiene hambre, se le ofrece alimento y cuando tiene frío o calor, se le abriga o se le quita la ropa.
Con Jesús también ocurre lo mismo; llora cuando nuestra vida cristiana va en dirección contraria a su Palabra; siente frío cuando ve que perdemos los sentimientos de solidaridad o de paz; está hambriento, cuando malgastamos por el camino fuerzas entregadas al mal y no esfuerzos para el bien.
¿Qué vamos hacer con este Niño que nos ha nacido? ¿Cambiaremos en algo?
Un Niño se nos ha dado. Ha llenado nuestras casas de luces y de colores; por Él hemos saboreado dulces y nos hemos deseado la paz en multitud de idiomas.  ¿Qué falta entonces?
Ni más ni menos que procurar que, ese Niño, lejos de palidecer, crezca vigorosamente en nuestro interior. En nuestra vida cristiana. Que así sea.

¡Dios ha nacido! ¡No sean, estos días, más de lo mismo!