JESÚS ESTÁ ENTRE LOS VIVOS, NO LO BUSQUEMOS ENTRE LOS MUERTOS

Domingo 6 de noviembre
32 del tiempo ordinario
Lucas 20,27-38

El Evangelio de hoy nos habla claramente de que Jesús no es un Jesús de muertos sino un Jesús de vivos y para los vivos.
Cuentan de un monje ilusionado por visitar el Santo Sepulcro. Cuando consiguió el dinero se puso en camino. En esto oyó que alguien le seguía – ¿A dónde vas, padre mío?
– Al Santo Sepulcro de Jerusalén. Ha sido la ilusión de mi vida.
– ¿Cuánto dinero tienes para eso?
– Mis doscientos euros.
Dame los mil doscientos euros: tengo mi mujer enferma, mis hijos con hambre. Dámelos y da tres vueltas alrededor de mí, arrodíllate, póstrate ante mí y luego vuelve al monasterio.
El monje sacó sus euros y se los dio. Dio las tres vueltas, se arrodilló y volvió al monasterio.
Más tarde comprendió plenamente que el mendigo era el mismo Cristo.
A Jesús:
Lo tenemos en el hermano que está a nuestro lado.
Lo tenemos en el mendigo que nos alarga su mano porque tiene hambre.
Lo tenemos en el enfermo que sufre y con frecuencia está demasiado solo.
Lo tenemos en el que tiene sed y al que nos cuesta darle un vaso de agua.
Lo tenemos en el anciano que se muere de soledad más que de años.
Lo tenemos en el encarcelado que se pudre años entre unas rejas.
El Jesús de nuestra fe no es un Jesús de muertos.
Es el Jesús que vive en los que están vivos.
Es el Jesús que nos invita a encontrarlo entre los vivos.
Es el Jesús que está en nosotros para darnos viva.
Cuando no somos capaces de vivir de verdad la vida entonces preguntamos por la vida eterna.
Cuando no somos capaces de vivir a Jesús en nuestra vida, preguntamos por el Jesús de la vida eterna.
Cuando no somos capaces de ver a Jesús en esta vida, nos preocupamos si lo veremos en la otra.
Cuando no somos capaces de ver a Jesús en el hermano, preguntamos si Jesús existe.
Cuando no somos capaces de ver a Jesús en el que sufre, preguntamos por la felicidad eterna.


Para encontrarnos con Jesús no hace falta ir al Santo Sepulcro.
Basta encontrarlo en el propio hogar: en la esposa, en el esposo y en los hijos.
Basta encontrarlo cuando salimos a la calle y nos topamos con el hermano necesitado.