CREER EN DIOS ES CREER EN UNA FORMA DE VIDA

Creer en Dios es creer en un determinado tipo de relación con los demás en la vida cotidiana.
A lo largo de los siglos muchos teólogos han escrito estudios profundos sobre la vida insondable de las personas divinas en el seno de la Trinidad, intentando explicar la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. No se trata de “explicar” cómo es Dios… sino de aprender a relacionarnos con Él, y eso –salvo raras excepciones- se aprende en la relación con los demás.
Para Jesús, Dios no es un Padre sin más. Él descubre en ese Padre unos rasgos que no siempre recuerdan los teólogos. En su corazón ocupan un lugar privilegiado los más pequeños e indefensos, los olvidados por la sociedad y las religiones: los que nada bueno pueden esperar ya de la vida.
Este Padre no es propiedad de los buenos. «Hace salir su sol sobre buenos y malos». A todos bendice, a todos ama. Para todos busca una vida más digna y dichosa. Por eso se ocupa de manera especial por quienes viven «perdidos». A nadie olvida, a nadie abandona. Nadie camina por la vida sin su protección.
Tampoco Jesús es el Hijo de Dios sin más. Es Hijo querido de ese Padre, pero, al mismo tiempo, nuestro amigo y hermano. Es el gran regalo de Dios a la humanidad. Siguiendo sus pasos, nos atrevemos a vivir con confianza plena en Dios. Imitando su vida, aprendemos a ser compasivos como el Padre. Unidos a él, trabajamos por construir ese mundo más justo y humano que quiere Dios.

Por último, desde Jesús experimentamos que el Espíritu Santo no es algo irreal e ilusorio. Es sencillamente el amor de Dios que está en nosotros y entre nosotros alentando siempre nuestra vida, atrayéndonos siempre hacia el compromiso con los demás.