NO ENDUREZCAMOS NUESTROS CORAZONES

Domingo 1 de febrero
4º del tiempo ordinario
Marcos 1.21-28

Jesús habla de un Dios Padre bueno de todos, que quiere lo mejor para nosotros sus hijos, nosotros somos hermanos, iguales ante Dios. Enseña una manera de vivir de acuerdo con las verdades que él presenta en su vida: amor, justicia, libertad, verdad.
Jesús no amenaza. Jesús convence, seduce por la bondad de su mensaje, por la integridad de su persona. Su vida era manifestación de sus creencias, de su palabra. Quienes le escucharon (y escuchan) captan de algún modo que no sólo dice verdad, sino que Él es la Verdad. Quienes le conocieron (y conocen) captan de algún modo que Dios se está manifestando plenamente en Él.
Es la autoridad que tenía Jesús con su vida, con su palabra. Su autoridad es estar de parte del que sufre, defender a los injustamente tratados, pero sobre todo quererles. Bien entendido que las “fuerzas del mal” son toda clase de esclavitud que impide al hombre ser él mismo. Tener autoridad en este leguaje evangélico, es tener sensibilidad ante el dolor, tener entrañas de misericordia y obrar conforme a ello, tratando de suprimir las fuerzas del mal del vivir humano.
Tengámoslo claro, Jesús emplea su autoridad, no contra los hombres, sino contra las fuerzas que nos oprimen. Lo que de verdad necesita la humanidad es ser liberada de las fuerzas que causan los sufrimientos y nos hacen tantas veces tan desgraciados.