MARÍA, EJEMPLO DE SENCILLEZ

Toda la vida de María está penetrada de una profunda sencillez. Su vocación de Madre de Jesús se realizó siempre con naturalidad. En ningún momento de su vida buscó privilegios especiales: "María, Madre de Dios, pasa inadvertida, como una más entre las mujeres de su pueblo. Aprendamos de Ella y vivamos una fiestas con naturalidad".

La sencillez y naturalidad hicieron de la Virgen, en lo humano, una mujer especialmente atrayente y acogedora. Su Hijo, Jesús, es el modelo de la sencillez perfecta, durante los treinta años de vida oculta, y en todo momento. El Salvador huye del espectáculo y de la vanagloria, de los gestos falsos y teatrales; se hace asequible a todos: a los enfermos y a los desamparados, a los Apóstoles y a los niños.

La humildad es una manifestación de la humildad. Es una virtud necesaria para el trato con Jesús, para la dirección espiritual, para el apostolado y la convivencia.

La sencillez exige claridad, transparencia y rectitud de intención, que nos preserva de tener una doble vida, de servir a dos señores: a Jesús, y a uno mismo. Requiere de una voluntad fuerte, que nos lleve a escoger el bien. El alma sencilla juzga de las cosas, de las personas y los acontecimientos según un juicio consecuente con la fe, y no por las impresiones del momento y del que dirán.

En la lucha ascética hemos de reconocernos como en realidad somos y aceptar las propias limitaciones, comprender que Jesús las abarca con su mirada y cuenta con ellas. En la convivencia diaria, toda complicación pone obstáculos entre nosotros y los demás, y nos aleja de Jesús. La sencillez es consecuencia de la "infancia espiritual", a la que nos invita nuestra madre María.