
Quizá hoy el mayor pecado de nuestro cristianismo no está en ignorar la Palabra de Dios sino en tergiversarla o manipularla para ponerla al servicio de tal filosofía o ideología política, para que encaje en tal esquema que no estamos dispuestos a abandonar, pero que debemos o necesitamos disfrazar de «evangélico» para que la conciencia duerma tranquila.
Entrar, pues, al desierto de esta cuaresma, guiados por el Espíritu, es penetrar en un tiempo interior de búsqueda sincera y valiente de nuestro propio camino de hombres -de cristianos creyentes-. Es inútil pretender el camino o la respuesta ya elaborados, o señales taxativas que nos digan qué tenemos que hacer o cómo decidir.