Domingo 9 de febrero
5º del tiempo ordinario
Mateo 5,13-16
Después
de proclamar las bienaventuranzas, Jesús les dice a sus seguidores que deben
ser “sal y luz”…
Basta
poca sal para que la comida tenga sabor; el exceso de sal es perjudicial, lo
importante no es comer sal, sino comida con sabor… ¿Qué nos dice esto? Pues que
no nos abarrotemos de religión (en el sentido común de la palabra) sino de vida
impregnada de sabor evangélico.
Y
la sal se diluye humildemente en el alimento. No busquemos nuestro éxito ni el
triunfo de la Iglesia. Busquemos el crecimiento de la persona y de la sociedad.
Hacemos
muchas teorías de cuál es la luz de Jesús y cunado la veremos y la respuesta
que Él nos da es la misma que le da al profeta: Cuando destierres de ti la
opresión, el gesto amenazador y la maledicencia; cuando partas tu pan con el
hambriento y sacies el estómago del indigente; cuando hospedes al pobre sin
techo y vistas al que ves desnudo…
A
esto se refiere Jesús cuando concluye: “Alumbre así vuestra luz a los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el
cielo”.
La
liberación es el signo de la presencia de Dios que reina entre los hombres; es
manifestación de que su Reino no solo está cerca, sino que está “dentro de
vosotros”.
“Vosotros
sois la luz del mundo…” Vosotros sois el signo de que Dios se ha comprometido
con la historia de los hombres. Vosotros sois el germen de una sociedad sin
fronteras.
¡Quizás
no sea tan complicado vivir las bienaventuranzas!