Domingo 10-8-14
Mateo 14, 22-33
La primera lectura nos relata el encuentro de Elías con
Dios en el monte Horeb. «Sal y ponte de pie ante el Señor. ¡El Señor va a
pasar!». Dios no pasó ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego…
Dios pasó en una suave brisa, en cuyo susurro Elías
encontró al Señor.
El evangelio de san
Mateo ha abundado en parecido mensaje. El gentío se agolpaba junto a Jesús. Por
eso, «después que la gente se hubo saciado Jesús apremió a sus discípulos a que
subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía
a la gente. Después subió al monte a solas para orar». Es esta una actitud del
Señor que reseñan con frecuencia los evangelistas. Jesús buscaba estos encuentros
profundos con su Padre en la oración sosegada, lejos del tumulto.
Afortunadamente, la mejor formación humana a que nos ha
ido llevando la ciencia y el camino hacia una mayor madurez religiosa abierto
por el Concilio en los años sesenta han conseguido un enfoque del tema bastante
más positivo. Nuestro Dios no es el dios del miedo, sino el de la bondad. No es
el dios justiciero, sino nuestro Padre. No es el dios que atruena entre las
nubes, sino el Dios cercano, que derrama misericordia, esperanza, paz y amor.
Dios ha sido siempre así. No es que haya cambiado. Lo que
pasa es que en ciertos momentos convulsivos de la historia, la situación se
prestaba más a acentuar la imagen de omnipotencia, de victoria contra los
enemigos, de legislador e impartidor de justicia. Pero, por encima de todo,
Dios siempre ha sido gozo y paz, porque Dios es siempre amor.