Es el milagro más bonito que Jesús hizo en su Evangelio.
Es la más bella lección de la verdadera oración y la
verdadera fe.
Y no es que Jesús necesite que lo convenzan, ni que logremos
que nos preste atención.
A Jesús no hace falta convencerle porque ya está El mismo
convencido.
Ni hace falta gritarle para que nos preste atención, porque
nunca deja de estar atento a nuestras necesidades.
Con ello nos ha querido hacer ver que la oración es mucho más
la fe y la confianza en Jesús que una manera de convencerle. Jesús quiso
hacerla pasar por la oscuridad de la fe y de la confianza, para que aprendamos
a no desalentarnos jamás, por más que no siempre las cosas salgan como nosotros
queremos y deseamos. Ya lo había dicho El: “Hay que orar sin desfallecer”.
La verdadera oración tiene que brotar más de la fe y la
confianza en El, que de nuestras mismas necesidades. No es cuestión de
presentarle a Dios nuestras necesidades, que ya se las conoce de sobra. Es
cuestión de fe, de orar con fe. Y una fe que es la confianza absoluta, capaz de
superar todos los obstáculos y oscuridades. Confiar aun cuando sintamos la
impresión de que Él no quiere escucharnos.
Es por ello que Jesús, felicita y alaba a la pobre
anciana por su fe.
El pasado domingo veíamos que Pedro duda. Y Jesús le
recrimina por su poca fe. “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
Y hoy, nos presenta la otra cara de la medalla. Y no es
Pedro, el jefe, el cabeza de la Iglesia.
Es una pobre anciana, que ni siquiera es parte de la Iglesia, sino una simple cananea
pagana.
Y resulta que esta pagana tiene más fe que Pedro.
Resulta que quien no es ni miembro de la Iglesia, tiene más
fe en Dios que el mismo jefe de la Iglesia.
No sólo hay fe entre quienes nos decimos creyentes. También
puede haber mucha fe entre aquellos que llamamos paganos. Porque el Espíritu
“sopla donde quiera y cuando quiera”. El Espíritu no está encasillado en
nuestros moldes frecuentemente estrechos. El Espíritu es libre como “un viento
que sopla”.