Domingo 27-8-17
21º del tiempo ordinario
Mateo 16,13-20
¿O queremos nosotros que
sea difícil?
Pero, además,
cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y
proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y
casi sin darnos cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos
de exaltarlo.
Pero Jesús
sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad.
No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos,
unas fórmulas, unas costumbres.
Jesús siempre
desconcierta a quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre
es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida,
rompe nuestros esquemas y nos empuja a una vida nueva.
Cuanto más se
le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a
Jesús es avanzar siempre, no establecerse nunca, crear, construir, crecer.
Jesús es
peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara todo
nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude todas nuestras seguridades,
privilegios y comodidad. Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón
que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil
esclavitudes y servidumbres.
Y sobre todo,
intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos
atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre.
A Jesús lo
iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino
para ahondar en su misterio: seguirle.
Seguir
humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor
y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar
su resurrección.
Y sin duda,
saber orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda
mi incredulidad».