Domingo 6 de agosto
18 del tiempo ordinario
Mateo 17, 1-9
La huida para aislarse
en un pequeño paraíso individual, en una choza en cualquier sitio, al aire
libre en el campo… o en la celda de un convento. Con solo lo necesario para
vivir. Sin lujos, sin ambiciones…, pero sin problemas. Como le sucedió a Jesús,
no nos va a resultar fácil mantener hasta el final nuestro compromiso de lucha
por convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y, además del resto de las
tentaciones, en algún momento de la marcha aparecerán el cansancio, la desilusión
y el deseo de construirnos un paraíso pequeño, a nuestra medida, para pararse a
descansar… definitivamente. No se trata de renunciar a la meta; es una
tentación mucho más fina: es pretender adelantar la meta para uno solo, o solo
para unos pocos, y abandonar la tarea de ofrecer a otros la posibilidad de
fijarse esa misma meta. “Si
nadie nos hace caso, ¿por qué no nos retiramos a algún sitio tranquilo en el
campo y allí, sin ambiciones, pero sin hacernos más ilusiones, descansamos y
ponemos en práctica nuestro ideal cristiano de vivir como hermanos”.
Esa posibilidad solo se ofrece por
medio de Jesús, “y de pronto, al mirar
alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús sólo con ellos”, y el camino para
lograr que se realice pasa por la entrega sin condiciones.