LA ORACIÓN NO ES PARA CAMBIEMOS A JESÚS ES PARA QUE CAMBIEMOS NOSOTROS

Domingo 20 de agosto
20 del tiempo ordinario
Mateo 15,21-28

La verdadera oración tiene que brotar más de la fe y la confianza en El, que de nuestras mismas necesidades. No es cuestión de presentarle a Dios nuestras necesidades, que ya se las conoce de sobra. Es cuestión de fe, de orar con fe. Y una fe que es la confianza absoluta, capaz de superar todos los obstáculos y oscuridades. Confiar aun cuando sintamos la impresión de que Él no quiere escucharnos.
Jesús, felicita y alaba a la pobre anciana por su fe. El pasado domingo veíamos que Pedro duda. Y Jesús le recrimina por su poca fe.
Y hoy, nos presenta la otra cara de la medalla.
Es una pobre anciana, que ni siquiera es parte de la Iglesia, sino una simple cananea pagana.
Y resulta que esta pagana tiene más fe que Pedro.
Resulta que quien no es ni miembro de la Iglesia, tiene más fe en Dios que el mismo jefe de la Iglesia.
No solo hay fe entre quienes nos decimos creyentes. También puede haber mucha fe entre aquellos que llamamos paganos. Porque el Espíritu “sopla donde quiera y cuando quiera”. El Espíritu no está encasillado en nuestros moldes frecuentemente estrechos. El Espíritu es libre como “un viento que sopla”.
Es una pagana la que enseña a Pedro a tener fe.
Es una pagana la que enseña a Pedro a no dudar.
Es una pagana la que nos enseña lo que es la confianza en  Dios.
Es una pagana propuesta por el mismo Jesús como modelo de fe, de oración y de constancia.
“Si nosotros oramos a Dios no es para lograr que nos ame más y se preocupe con más atención de nosotros. Dios no puede amarnos más de lo que nos ama”. 
La verdadera oración no es para cambiar a Dios, sino para cambiarnos a nosotros.
La verdadera oración tiene que estar marcada por nuestra constancia, incluso si vemos que Dios no nos escucha.

Y aprendamos algo fundamental. También fuera de la Iglesia hay mucha bondad. También fuera de la Iglesia puede haber mucha fe. No solo comen el pan quienes se sientan como hijos a la mesa. También los perros comen de las migajas que caen de la mesa. Y puede que, con frecuencia alimenten más esas migajas, que el pan entero que cortamos en la mesa.