PARA EL QUE AMA EL MUNDO ES LA ETERNIDAD

Domingo 30 de julio
17 del tiempo ordinario
Mateo 13,44-52

Muchos cristianos viven hoy un estado intermedio entre el cristianismo que alimentó los primeros años de su vida y un distanciamiento de todo planteamiento religioso al que han llegado progresivamente, por inercia o influídos por la creciente descristianización que envuelve todo nuestro mundo, pero sin un planteamiento serio y personal de ninguna de las dos opciones.
Hoy ni nunca, pero hoy menos que nunca, no se puede ser cristiano por nacimiento, hay que ser cristiano por una decisión personal, después de una experiencia de que en Jesús encontramos el sentido y la meta de nuestra vida.
Cuántas veces, al ver la actitud resignada de los cristianos, la observancia rutinaria de nuestras obligaciones religiosas, el conformismo de nuestras vidas y la falta de alegría de nuestras celebraciones, uno se siente inclinado a pensar que los creyentes no sabemos disfrutar de nuestra fe, del gozo de creer en Jesús. Se diría que la religión se ha convertido para muchos en un peso, en una costumbre, en una rutina o en una obligación. Jesús no parece ser fuente de gozo y alegría para los creyentes.
Lo primero y más decisivo que estamos necesitando no es aprender cosas sobre Jesús, sino encontrarnos con Él. Curarnos de tanta prisa y de tanta superficialidad y detenernos ante Jesús para abrirnos con confianza y con sinceridad a su misterio. Porque lo triste de nuestro tiempo es que muchos han abandonado la fe cristiana sin saber nada de ella, sin haber siquiera vislumbrado la riqueza, la esperanza, la felicidad, la alegría… que para el hombre se encierra en ella…
Nuestra época necesita testigos alegres de la fe. Hombres y mujeres capaces de disfrutar, celebrar y gozar de su fe en Jesús.

Creyentes que a pesar de sus crisis, dudas y luchas, puedan hablar gozosamente de Jesús. Y solo el que encuentra ese tesoro es capaz de venderlo todo y dejarlo todo.