JESÚS NOS QUIERE LIBRES PARA ELEGIR


Domingo 16 de julio
16º del tiempo ordinario
Mateo 13-1,23

ESCUCHAR PARA ENTENDER
Hay una cualidad humana nada fácil, mucho menos frecuente de lo que sería de desear. Y, sin embargo, importantísima, decisiva para la convivencia, para poder ayudarnos a alcanzar unos y otros aquel nivel de felicidad que Dios Padre quiere para todos. Me refiero a la cualidad de saber escuchar. De saber escuchar a los demás. Con interés, con atención, con respeto, con afecto. Todos sabemos que con frecuencia no nos es fácil, pero es condición y fruto de un amor real. Las dos cosas al mismo tiempo: condición y fruto. Si no sabemos escucharnos, no puede circular una corriente de amor y cariño; y, al mismo tiempo, todo amor auténtico se demuestra si hay escucha mutua.
Por ejemplo. Saber escuchar los padres a sus hijos adolescentes, aunque estos hablen a veces agresivamente (y viceversa, claro está: saber los hijos adolescentes escuchar a sus padres aunque les cueste entender sus razones). Saber todos escuchar a los ancianos, con interés, aunque pensemos que se repiten (escucharles con interés real, no con atención fingida). Saber escucharse también los esposos, incluso tras muchos años de convivencia que llevan a suponer que ya lo saben todo uno de otro (quizá se supone eso porque se ha dejado de escuchar con interés y también con buen humor). Y tantos otros ejemplos que podríamos recordar.
Decíamos antes que sabernos escuchar de verdad unos a otros, con frecuencia nos es difícil. No lo practicamos por pereza, comodidad, egoísmo. Y eso nos perdemos: perdemos la posibilidad de enriquecernos personalmente con lo que de los demás podríamos recibir; perdemos la oportunidad de conocernos y apreciarnos mucho más.
Igualmente ante Dios. No sabemos lo que nos perdemos por no escucharle con atención, interés, afecto. Dios nos habla. La bondad, la generosidad, la disponibilidad, de tantos de nuestros hermanos y hermanas que nos rodean, son palabras llenas de contenido que Dios nos dirige. O los hechos alegres -y también las pruebas, las dificultades- son puentes de diálogo que Dios nos tiende.