Fiesta de todos los santos
mateo 5,1-12a
Desde el
principio, a todos los cristianos se les llamaba santos, pero en las
comunidades cristianas pronto se empezó a mirar con admiración y con un respeto
especial a las personas que habían vivido con intensidad su vida cristiana. En
las comunidades cristianas, esas personas eran ejemplo, modelos a seguir. Sin
duda, esas personas ayudaban a todos a entrar en la hondura hermosa de la
experiencia cristiana.
Jesús, en el evangelio, enumera algunos detalles de sus vidas.
Son pobres porque no pusieron las riquezas como lo principal de
sus vidas. Son sufridos porque fueron personas capaces de aguantar mucho y de
sufrir malos ratos sin echarse para atrás. Son hombres y mujeres que tienen
hambre y sed de justicia porque tuvieron hambre y sed de hacer las cosas bien y
reflejaron en sus vidas la bondad de Dios. Son misericordiosos, compasivos,
capaces de disculpar y perdonar a todos, pero, sobre todo, capaces de compadecerse
de los más desgraciados del mundo. Son limpios de corazón, transparentes como
los niños, sin malas intenciones, diciendo siempre la verdad con sus palabras y
con sus vidas. Y dice Jesús que les llamarán «hijos de Dios» porque trabajaron
por la paz.
Son esas personas que contagiaron paz, que daba gusto estar con
ellas, que infundían ánimos y esperanza. Recordamos que la paz de Dios nace de
las cosas bien hechas. Pero esas personas, igual que Jesús, también sufrieron
el rechazo y la oposición de otras gentes.
También en eso reprodujeron en sus vidas los rasgos de Jesús.
Cada santo es una obra hermosa de Dios, un regalo maravilloso de Dios para
nuestro mundo.
Todas esas personas recibieron en sus almas la bondad y la
santidad de Dios y han hecho más humano y más habitable nuestro mundo. Quienes
celebramos esta fiesta también participamos de esa santidad que regala Dios.
Este día también es nuestra fiesta.