4º domingo de pascua
Juan 10,11-18
«Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar
“Maestro”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos.
Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro
Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Jefes”, porque uno solo es
vuestro Jefe: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor”. (Mt.
23 1-11).
Cada uno de nosotros somos responsables de ser buenos pastores.
No para que sean, piensen y actúen como nosotros. Tampoco para que recorran
nuestros mismos caminos. Los caminos hacia Dios pueden ser muy distintos.
Jesús, el Pastor, da la vida por las ovejas. Somos pastores de
los demás en la medida en que ponemos nuestra vida, nuestra existencia al
servicio de los demás.
Estamos llamados a ser “pastores” mediante la entrega de nuestra
vida cada día, en las pequeñas cosas, porque no pensamos en nosotros mismos
sino que somos capaces de darla en las cosas sencillas, aquellas que suelen
pasar desapercibidas… porque “el que pierde su vida la gana”.
Y un día, cuando nos presentemos ante el Padre de todos nos
preguntará: “¿qué hiciste de tu hermano?”.
La gran diferencia está entre pretender ser dueños y jueces de
los demás, o buscar ser servidores capaces de perder la vida por los demás.