Domingo 12 de abril
2º de Pascua
Juan 20,19-31
Jesús no quiere que
nadie lo siga en base a milagros o actos que rayan con la magia. Sabe que
seguirlo a Él es aceptar el proyecto del Padre: el Reino. Y eso se puede hacer
sólo desde la fe.
Nadie fue “testigo
visual de su resurrección”, aunque muchos los habían sido de su muerte. Y una
vez resucitado solo lo pueden “ver” aquellos que tienen fe. Es decir aquellos
que creen y están dispuestos a comprometer su vida por los valores que movieron
su existencia y lo llevaron a entregar todo, hasta su vida, por amor.
Es esa fe la que
permitirá a sus discípulos superar los miedos que los mantenían encerrados. A
partir de ese momento no buscarán “conservar” su vida, estarán dispuestos a
entregarla por el Reino, como expresión del amor de Dios a la humanidad.
Dejarán de mirar hacia el pasado y mirarán, con una esperanza que va más allá
de la muerte, hacia el futuro. Y tendrán el mismo final que el Maestro.
A partir de la
experiencia de los apóstoles deberíamos preguntarnos si nuestra fe como
personas y como comunidad eclesial se basa en la experiencia de la resurrección
de Jesús.
¿Miramos hacia el
pasado o hacia el futuro con la confianza puesta en un Dios que no falla?
¿Procuramos “conservar” lo que creemos tener o caminamos con la esperanza de
quien cree que hasta la muerte ha sido vencida?
Meter los dedos allí
donde entraron los clavos y su mano donde se hundió la lanza, le lleva a
proclamar su fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Es la expresión de quien está
dispuesto a correr la misma suerte de Jesús. Asume el camino de la cruz, de la
entrega de su vida, como la forma de hacer presente el Reino, como camino de
Vida. Ese gesto, que a veces despreciamos, le
lleva a Tomás a la plenitud de su fe. Al compromiso total con el proyecto de
Dios tal como se manifestó en Jesús.
Nosotros no podemos
repetir de gesto de Tomás tal como él lo experimentó. Por eso “felices lo que
crean sin haber visto”.
Pero podemos seguir
considerándolo como camino para que nuestra fe vaya madurando y llegando a
plenitud. No podremos tocar las llagas de Jesús. Pero en nuestro mundo sigue
habiendo muchos crucificados por el hambre, la injusticia, el Sida, la pobreza,
la marginación… y con demasiada frecuencia evitamos tocar sus llagas.
Solo quien mete sus
dedos en las llagas de los crucificados de hoy podrá ver al Resucitado. Lo
mismo que pasó hace dos mil años. Jesús no va a aparecer caminando por nuestras
calles. Verlo y creer en Él supone tomarse en serio lo que dijo un día: “Quien
quiera ser mi discípulo, que cargue con su cruz y me siga”.