Vos fem participes de l'article que sobre la pobresa infantil a Espanya hem llegit en Antena Missionera, creiem que val la pena que ens conscienciem de les necessitats que molts xiquets i les seues famílies tenen cada dia en el nostre país.
Written by Eulalia Pagés y Xavier Loza (CyJ) . Thursday, 26 March 2015 11:47 , font size
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En 2012 el Síndic de Greuges,equivalente en Cataluña al Defensor
del pueblo, ya alertaba sobre la situación de pobreza en la que se encuentran
inmersos uno de cada cinco niños en Cataluña. Desde el inicio de la crisis
económica en 2008, cada vez un mayor número de menores se han visto afectados
por un cúmulo de circunstancias que los han conducido a una situación de enorme
vulnerabilidad y que han cuestionado la igualdad en su acceso a derechos y
oportunidades.
Más allá de las implicaciones que esta situación de pobreza pueda
tener ahora y aquí, hay que pensar también en las consecuencias a más largo
plazo. La desigualdad en el ejercicio de derechos básicos como la vivienda, la
salud o la educación repercutirá en el desarrollo de los niños y niñas y les
dificultará poder salir de la pobreza, convirtiendo ésta en un fenómeno
hereditario, en un círculo vicioso muy difícil de romper.
Nos preocupa la vulnerabilidad a la que se ven abocadas las
familias, porque esto acentúa la situación de fragilidad de los niños. Nos
preocupa que el discurso de la «lenta recuperación económica» que se hace a
nivel de gobierno acabe por ocultar la realidad cotidiana de estos niños, que
han visto –y si siguen viendo– cómo una buena parte de sus derechos siguen
amenazados.
A pesar de que la situación que aquí describiremos se basa en
nuestra observación y experiencia de la realidad catalana, y más concretamente
del área metropolitana de Barcelona, creemos que se puede extrapolar al día a
día de muchos niños de todo el Estado español.
La realidad en las escuelas
La situación actual de la escuela pública, sin olvidar tampoco
la de algunas escuelas concertadas ubicadas en barrios en los que la crisis ha
golpeado fuerte, dificulta que pueda resultar un espacio de promoción y de
igualdad de oportunidades. Por un lado, los recortes han tenido un fuerte
impacto en el día a día de los maestros. El tiempo que pueden dedicar a atender
a las familias o a otros agentes implicados en la vida del menor se ha visto
reducido de forma sustancial, hecho que ha acabado resultando un obstáculo en
la colaboración entre la escuela y el resto de ámbitos de relación de los
niños.
Por otro lado, nos encontramos ante escuelas e institutos en los
que los alumnos con alguna dificultad para el aprendizaje (ya sea debido al
desconocimiento de la lengua, a un desfase a nivel académico o a alguna
deficiencia de tipo intelectual) no pueden ser atendidos en condiciones
óptimas.
Esto da lugar a aulas llenas, con un aumento de las
problemáticas, todo ello combinado con unos profesionales internos (como por
ejemplo maestros de educación especial o del aula de acogida) o externos
(equipos de asesoramiento pedagógico, psicológico...) que no dan abasto a la
hora de evaluar y hacer el seguimiento de todos los niños, niñas y jóvenes con
necesidades especiales.
Otra gran desventaja, y que afecta sobre todo a los alumnos de
la escuela pública, es el cómputo global de horas lectivas. Los niños de
primaria tienen cinco horas de escuela con una pausa al mediodía de dos horas y
media. Aparte del evidente impacto a nivel académico, este tiempo al mediodía
supone, para las familias que trabajan, una dificultad a la hora de la
conciliación laboral, en especial si no pueden dejar a los niños en el comedor.
En el otro extremo, y en el caso de familias desestructuradas, se facilita un
elevado absentismo escolar por la tarde.
Entre los padres y las madres que llevan sus hijos a nuestros
centros hay un número muy elevado de personas desocupadas (que sigue
aumentando), al igual que también es elevado el número de personas que trabajan
en la economía sumergida y en unas condiciones de mucha precariedad. A todo
esto hay que sumarle la finalización de los períodos de cobro de la prestación
de desempleo y las dificultades para llegar a percibir otras prestaciones, como
por ejemplo la PIRMI.
Es obvio que esta situación económica tiene efectos a nivel de
escuela, ya que las familias se ven con menos posibilidades para inscribir a
sus hijos e hijas en actividades extraescolares (salidas, excursiones, visitas)
o bien con dificultades a la hora de pagar las cuotas de material (pensemos que
en algunos casos se incluyen los gastos de adquirir un ordenador portátil).
Esta situación vulnera el artículo 31 de la Declaración de los derechos de los
niños, adoptada por la Asamblea de las Naciones Unidas en 1959, en la que se
recoge que el tiempo libre, el juego y la actividad cultural y artística es una
parte muy importante para el desarrollo de los niños y de los jóvenes.
El impacto en casa
Sin embargo, por desgracia el impacto no se reduce al ámbito
escolar, sino que afecta y a veces con más gravedad al ámbito doméstico. En cuanto a la vivienda, una parte de nuestros niños está
sufriendo situaciones de vulnerabilidad derivadas del impago de hipotecas, que
pueden acabar en la pérdida de la vivienda familiar. Empieza entonces el
calvario de alquilar habitaciones, a veces dentro de viviendas compartidas y
bajo formas de subalquiler, o el regreso a casa de los abuelos o incluso la
ocupación de pisos vacíos. Situaciones todas ellas que abocan a la
inestabilidad y a un incremento de la tensión dentro de los hogares.
Uno de los otros puntos preocupantes es el de la alimentación,
como alerta el informe del Síndic de Greuges de 2013 respecto a la malnutrición
infantil. En este punto es clave la cuestión de las becas de comedor, que se
dan solo durante la etapa de la educación primaria pero que no quedan
garantizadas en etapas posteriores. Además, la drástica reducción del nivel de
ingresos de muchas familias ha provocado también la reducción del abanico de
alimentos a los que pueden acceder. El consumo regular de fruta y verdura se ve
reemplazado por dietas en las que la pasta se convierte en el alimento
principal. A la larga, esta alimentación inadecuada en los primeros años de
vida tiene un importante impacto en el desarrollo físico e intelectual.
Más allá de las cuestiones económicas y materiales, la crisis ha
conducido a las familias a vivir situaciones de elevada tensión y estrés, con
repercusiones directas en el día a día de los niños, en su estabilidad y en su
derecho a disfrutar plenamente de su infancia.
Somos testigos de la situación de nerviosismo en que viven los
padres y madres, debido a la falta de perspectivas laborales. Los conflictos
entre progenitores y con los hijos de por medio son el pan de cada día de
muchos hogares. Paralelamente, el sentimiento y la necesidad de reafirmar, como
padres y madres, su autoridad (gravemente cuestionada por la coyuntura
sociolaboral) se traduce en un mayor control y en un aumento de la exigencia de
cara a los hijos, que acaba por afectar a la relación. A todo esto no ayudan
las condiciones de la vivienda que hemos enumerado más arriba. La convivencia
de una familia extensa o de diversas unidades en una misma vivienda acaba por
imposibilitar un espacio en el que cada núcleo familiar pueda relacionarse
serenamente y en el que el niño pueda encontrar también el lugar adecuado para
poder hacer los deberes y concentrarse, agravando todo tipo de conflictos y
propiciándolos aún más.
Infancia e inmigración
Hemos hablado de escuela, de familias y de dificultades
socioeconómicas. Otro factor muy relevante y que vale la pena poner sobre la
mesa, por la afectación que tiene sobre los niños, es el de la inmigración.
Esta variable resulta determinante en el desarrollo de los niños y niñas por
diferentes motivos.
Un primer motivo, y muy evidente, es el tema de ser recién
llegado, con los obstáculos a nivel cultural o idiomático que ello implica en
el proceso de adaptación a la escuela y al país. Se da, por lo tanto, una
situación clara de desventaja provocada por el desconocimiento de la lengua, el
desfase a nivel académico o incluso la realidad de analfabetismo que presentan
algunos de los progenitores. Los recortes en educación, no están favoreciendo
que se pueda superar esta desventaja mediante aulas de acogida o una atención
personalizada.
Por otro lado, a pesar de que como consecuencia de la crisis se
haya incrementado el regreso de algunas familias inmigrantes a sus países de
origen, lo cierto es que la mayoría manifiestan una clara voluntad de quedarse
aquí. Sí, estamos viviendo el «regreso del regreso», hecho que provoca que los
hijos se vean inmersos en un doble proceso migratorio, con las implicaciones
emocionales y relativas a la identidad que ello comporta.
Precisamente la cuestión de la identidad no es una cuestión
baladí. Los niños y niñas que han nacido en España pero que son hijos de
familias que inmigraron hace unos años, siguen sintiéndose en la gran mayoría
inmigrantes. A pesar de no haber vivido, en principio, las dificultades
idiomáticas a que tuvieron que hacer frente sus padres, siguen sintiéndose
ciudadanos del país de origen de sus progenitores. Este hecho puede ser
positivo si estos niños y niñas lo perciben como una riqueza cultural propia,
pero puede resultar un problema si llegan a sentirse extraños o extranjeros
dentro de la sociedad en la que han nacido. Tenemos que ser conscientes de esta
realidad y trabajarla a fondo, si no queremos encontrarnos muy pronto con
numerosos conflictos derivados de las diferentes pertenencias identitarias. Es
un tema que tiene que ser abordado con urgencia, y que no puede quedar relegado
a mera anécdota.
¿Afrontar el problema o hipotecar su futuro?
Por desgracia la situación en la que viven la mayoría de niños
que atendemos desde nuestras entidades sigue siendo invisible a los ojos de la
mayoría. La atención corre a cargo de personas profesionales y voluntarias que
dan lo mejor de su tiempo y conocimientos para paliar una situación que hace
aguas. Sin embargo, la realidad sigue enmascarada bajo cifras o indicadores que
quieren dar indicios de «recuperación» y «salida del túnel», pero no está
siendo así. La atención que ofrecemos mejora una parte de su situación, pero se
necesita un compromiso firme de la sociedad (de TODA la sociedad) que tiene que
ir mucho más allá del ámbito puramente asistencial. Por desgracia los planes
contra la pobreza infantil que hasta ahora han sido presentados por parte de las
diferentes administraciones son totalmente insuficientes y demuestran muy poca
voluntad política.
Mientras no se ponga remedio, los niños seguirán siendo víctimas
colaterales de la situación, y lo serán por tres vías. En primer lugar,
recibiendo los efectos de la situación en su propia persona y experiencia
(malnutrición, falta de perspectivas y horizonte). En segundo lugar, a través
de una escuela que debido a los recortes se ha visto tocada en cuanto a su
calidad pedagógica y a los servicios que puede ofrecer, de tal manera que los
niños acaban recibiendo una educación comparativamente de menos calidad que
generaciones precedentes o que otros niños con oportunidades de escolarización
diferentes. Esta desventaja acabará marcando su futuro, repercutirá en el
acceso al mercado laboral y perpetuará su situación de pobreza. Y en tercer
lugar, acabarán sufriendo los desequilibrios familiares que la crisis está
provocando en sus progenitores y esto afectará a su desarrollo emocional. Estos
tres frentes los convierten en tres veces víctimas.
Tenemos que denunciarlo con fuerza: la coyuntura desfavorable en
la que vive nuestros niños no es sólo una cuestión económica sino que se trata
de una situación social de urgencia que afecta al presente, pero que hipotecará
el futuro de varias generaciones.