Domingo 19 de abril
3º de pascua
Lucas 24,35-48
Jesús al presentarse, les saluda: ”la paz esté con
vosotros”. El miedo aún les sobrecogía. Estaban con puertas y ventanas
cerradas. Dos discípulos les habían asegurado, que al huir de Jerusalén a
Emaús, Jesús se presentó entre ellos, se encendían sus corazones al oír sus
palabras y le reconocieron en la cena al partir el pan, no pudieron dudar, era
él, resucitado. También Pedro, Juan y algunas mujeres aseguraban que Jesús
había resucitado. Ellos seguían encerrados, con miedo.
El mensaje de Jesús resucitado, ante todo, es su palabra de
que sigue vivo, vivo en nuestras vidas, que no nos ha abandonado. Jesús desea
que quienes le deciden seguirle recobren la confianza, la amistad, la seguridad
en él. Ésta es la tónica general en todos estos relatos evangélicos que hablan
de los encuentros de Jesús resucitado con sus amigos.
Nuestra experiencia
confiada, amistosa del trato con Jesús será siempre modesta, nunca podremos
tener la seguridad de que vivimos en plenitud su espíritu. Estamos en camino,
sin haber alcanzado la plenitud del vivir en el ser de Dios, estamos en nuestra
vida en fase de transición con incertidumbre. Únicamente nos podremos acercar a
la convicción de la presencia del Señor al vivir su palabra de amar, de
generosidad, de practicar las bienaventuranzas, fueron sus palabras que
pronunció y vivió plenamente, pero siempre con la certeza de que un día
podremos poseer aquello que Jesús nos ha prometido y que esperamos alcanzar. El
espíritu que mora en nosotros es el que nos conduce para poder llegar un día a ser
partícipes de su vida.
Si queremos
asemejarnos a la vida de Jesús acerquémonos a quienes sufren junto a nuestra
vida, tengamos la seguridad de que allí está especialmente presente Jesús
resucitado vivo, aunque desconocido y olvidado para casi tantos a los que él
ama entrañablemente. Es una presencia buena, entrañable como todas las de
Jesús, que nos abre al verdadero destino y al sentido de nuestra vida.