TENEMOS QUE SER EL FRUTO QUE DA LA SEMILLA


Domingo 18 de marzo
5º de Cuaresma
Juan 12,20-33

Cuenta una fábula que un grano de trigo había quedado sobre el campo y fue descubierto por una hormiga, que se dispuso a llevarlo a su nido. El grano de trigo pregunta:
-¿Por qué no me dejas aquí?
-Si te dejo, no voy a tener comida alguna para el invierno. Hay muchas hormigas y cada una de nosotras debe llevar lo que encuentre al depósito de víveres del hormiguero -contestó la hormiga.
-Pero yo no he sido creado para ser comido -respondió el grano de trigo-. Yo soy una semilla llena de fuerza vital para convertirme en una planta. ¡Querida hormiga, hagamos un trato! Si me dejas en mi campo te serán dados, en la próxima cosecha, cien granos como yo.
La hormiga pensó: «Cien granos a cambio de uno… Esto es un milagro». Y preguntó:
-¿Y cómo vas a conseguido?
-Es un secreto -contestó el grano-. El secreto de la vida. ¡En el momento oportuno, haz una pequeña cueva, entiérrame en ella y vuelve pasados unos meses!
Pasados los meses regresó nuevamente la hormiga y comprobó que el grano de trigo había cumplido su promesa.

Esto es una fábula, algo que nunca pudo haber ocurrido, pero no es fábula que un grano de trigo se transforme en una espiga.
Tampoco es fábula el que un gusano de seda, después de encerrarse en un capullo, se transforme en una hermosa mariposa.
No es fábula el que después de la noche venga el día, que después del invierno venga la primavera y que los árboles, de los que han caído en otoño las hojas secas, se llenen en primavera de flores y de hojas verdes.
Son las transformaciones tan maravillosas que hay en la naturaleza. Lo que sucede es que, como se repiten tantas veces, ya no nos llaman la atención. Imaginaos que siempre fuera de noche y que una vez al año saliera el sol. Sería un espectáculo.      Sería un día de fiesta, algo maravilloso; pero, como el sol sale todos los días, no nos llama la atención.
Cada uno de nosotros somos un grano de trigo que tiene que ser enterrado para poder dar fruto. Pero el "YO", grano de trigo, se resiste a morir, El YO de los seguidores de Cristo tiene que ser enterrado a lo largo de la vida. Cuanto más somos de Cristo menos rebeldía, menos resistencia, menos miedo tenemos a morir, menos miedo a la muerte del Yo que se entrega por amor a los demás. La muerte no la vivimos como derrota sino como la Hora de la gloria.