Domingo 8 de noviembre
32 del tiempo ordinario
Marcos 12,38-44
Se
acercó y comprobó que padecía un ataque de apendicitis. Llamó a un taxi, se lo
llevó al quirófano y lo operó. A los ocho días, al darle el alta, el pobre de
solemnidad, que no podía pagar nada porque nada tenía, metió su mano en el
bolsillo y, mostrando una peseta, le dijo: «Doctor, le doy todo cuanto tengo».
Y se la depositó en la palma de la mano.
El
médico cirujano terminaba diciendo: «Nadie me pagó tanto ni tan bien como aquel
pobre. Me dio todo lo que tenía. Por eso le puse un marco a aquella peseta, que
tanto ha significado en mi vida; y colgué aquel cuadro en un lugar preferente
de mi despacho».
Dios,
sin embargo, como podemos ver en las lecturas de hoy, tiene otra forma de
valorar. No se fija tanto en la cantidad de la limosna sino en la calidad, porque
no es lo mismo dar mil euros cuando se tienen doscientos mil y quedan todavía
ciento noventa y nueve mil, que dar cien euros cuando sólo se tienen doscientos
o nada más que los cien que se dan.
Y en
el trabajo de los hombres ocurre otro tanto. Dios valora la intención, el
esfuerzo, la alegría con que se hace; y los hombres, sin embargo, lo valoramos
por su brillantez.
Ante
los ojos de Dios el mismo valor puede tener el trabajo de un simple albañil que
el trabajo de un ministro.
Posiblemente
como cristianos tendríamos que revisar muchos de los criterios con los que
valoramos las acciones de los demás.