Domingo 15 de noviembre
33 del tiempo ordinario
Marcos 13,24-32
El
muro de “yo soy así”, y que nos impide ver y aceptar a los demás como ellos
son.
El
muro de “yo pienso que las cosas tienen que ser así”, y nos impide respetar el
modo cómo las ven los demás. Como si fuésemos los únicos que tenemos ojos para
ver, y gusto para discernir.
El
muro de “a mí no me cambia nadie”, y que nos impide ver la luz de la verdad que
los demás quieren irradiar sobre nosotros. Y no nos sentimos afectados por las
señales que cada día Dios nos envía a través de los acontecimientos de la vida.
El
muro de “yo soy el jefe, la cabeza”, y no nos deja ver que los demás también
piensan, y que los demás también tienen cabeza.
El
muro de “las cosas que tengo y he conseguido en la vida” y que nos cierran a la
luz que Dios nos envía a través de las necesidades de los demás.
El
muro de “mi carácter es así” y nos cierran el paso a la luz que nos invita a
ser de otra manera y la llamada que nos llega desde los demás.
El
muro de “mis tristezas y preocupaciones“, que nos cierra sobre nosotros mismos
y no somos capaces de abrirnos a la alegría de la vida.
El
muro de “yo hice tal cosa y ya estoy marcado para siempre”, y nos impide el
gozo y la alegría de saber que el pasado ya no existe y que lo existe es el
presente y el futuro que está amaneciendo.
En la
vida no siempre es cuestión de construir. También a veces es preciso destruir.
Nada
hay más bello que despertarse y poder contemplar el sol.
Nada
más bello que despertarse cada día y poder ver la luz que irradian aquellos que
viven a nuestro lado.
Nada
más bello que despertarse cada mañana y sentir la alegría de un nuevo día, un
nuevo amanecer, un nuevo mundo.
Puede que la vida se encargue de derrumbar
muchos de esos muros que nos impiden ver con claridad.