El Espíritu hace a Jesús pobre,
desinteresado, desprendido. El Espíritu de Jesús nos lleva a usar de todo lo
que tenemos para el Reino, porque no queremos tirar la vida, no consentimos en
desperdiciar nada, ni la salud ni el dinero, ni la inteligencia, ni la
habilidad, ni el tiempo ni nada… porque todo esto puede ser precioso para
siempre y no nos conformamos con sea sólo agradable para unos años.
Reconocemos que actúa en nosotros el
Espíritu de Jesús cuando sentimos cierto recelo ante la comodidad, ante el
placer, ante la seguridad, ante la felicidad que producen las cosas de fuera a
dentro, cuando nos sentimos
inquietos si nos aprecia todo el mundo, cuando sentimos satisfacción interior
en el esfuerzo, en la austeridad, en la ayuda desinteresada y anónima, cuando
tenemos que sufrir por la verdad, por el perdón, por la honradez. Y nos damos
cuenta de que todo eso no nace simplemente de nosotros sino que es el Espíritu
de Jesús el que lo produce, y estamos agradecidos de que se nos exija, porque
así salvamos esta vida de la mediocridad, y del engaño.
Y sentimos que todo esto no nos lo inventamos sino que lo recibimos de Él, y sentimos que la vida es más, que hay un sentido y un plan y una presencia y un futuro.