DIOS ¡PADRE! JESÚS ¡HERMANO!

No. Dios no es un amo. Y nosotros no somos sus siervos. A pesar de algunas expresiones que se conservan todavía en ciertas oraciones del Misal Romano. Dios no quiere siervos, quiere hijos.
Esta es la inmensa revolución que se produce con el men­saje de Jesús de Nazaret: Dios ya no se llama «el Señor», se llama ¡Padre! Ya no se puede justificar ninguna esclavitud; ninguna actitud servil está justificada. Porque los hombres, para Dios, ya no son siervos, sino hijos.
No le bastó con negarse a ser amo para ser Padre; Dios quiso también ser hermano. Y en el Hijo del Hombre se hizo presente en el mundo de los hombres. Y lo hizo tan en serio, que desde ese mismo momento ya no se puede llegar al Padre si no es a través del Hijo del Hombre. Y no se puede ser hijo si no se quiere ser hermano.
No hay más remedio que aceptarlo así, porque él así lo ha querido, o mejor, porque ésa es la realidad de Dios, porque Dios es así.
Ya no se puede seguir diciendo que el principio de la sabiduría es temer al Señor; el Espíritu de Jesús, que es el espíritu de amor, se encarga de que no volvamos a recaer en el temor… porque «el amor acabado echa fuera el temor».