Domingo 24 de julio
17 del tiempo ordinario
Lucas 11.1-13
Una de las tragedias
graves de la humanidad actual, de los que vivimos en esta sociedad del ruido,
de la rapidez, es que nos hemos olvidado de orar.
Me explico. Quiero decir
que hemos perdido la capacidad de reflexionar en el silencio de nuestro
interior, y hemos perdido la capacidad de dirigirnos a Dios. Somos incapaces de
encontrarnos con nosotros mismos con sencillez, porque hay mucho ruido dentro de
nosotros. Y somos incapaces, también de dirigirnos a Dios con sinceridad,
porque somos demasiado orgullosos.
Nuestra sociedad que
tiene como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento, la
utilidad inmediata, no deja un hueco para la oración y la reflexión. “Eso no
sirve para nada, no es útil”.
Y, sin embargo,
necesitamos orar para encontrar silencio, serenidad y descanso que nos permitan
sostener el duro ritmo del quehacer diario.
Necesitamos orar,
encontrarnos a nosotros mismos para vivir con serenidad y claridad en la
sociedad que nos rodea, para estar atentos y vigilantes, para vivir como
personas humanas en esta sociedad superficial y deshumanizadora, para vencer
las prisas y el aburrimiento de la vida.
En una palabra,
necesitamos reflexionar en nuestro interior para darle un sentido a la vida.
Necesitamos orar para encontrarnos con nuestra propia realidad, para no
desalentarnos en el esfuerzo y la tarea de cada día.
Necesitamos orar para
salir de nuestra soledad y de nuestro aburrimiento.
Necesitamos orar para
pedir a Jesús, para sentirnos más humanos, hijos de un mismo Padre, que está siempre atento y acoge nuestras peticiones.
La oración de petición
es la oración de los pobres, de los que tienen hambre de pan y de justicia, de
los que lloran y sufren: en una palabra, de todos aquellos a los que Jesús
llamó bienaventurados.