Domingo 3 de abril
14 del tiempo ordinario
Lucas 10,1-12,17-20
Se ha
abusado mucho de la palabra paz. Todos hablamos de paz, el significado de esta
palabra se ha alejado de su sentido bíblico. Su uso interesado ha hecho de la
paz un término ambiguo, problemático. Hoy los mensajes de paz son bastantes
sospechosos, sin credibilidad.
Al hablar
de paz casi siempre solemos pensar en la paz social, en los grandes problemas
de nuestra sociedad, es fácil olvidar otros ámbitos en los que hemos de
preocuparnos de que haya verdadera paz. Pensemos en algunos de ellos.
La
paz se construye, sí, “haciendo la guerra” a las injusticias que nos rodean; si
somos cómplices de los desmanes del mundo, no podemos sentirnos en paz con
nosotros.
La
paz no es solo ausencia de conflictos. No depende solo de circunstancias
externas, la verdadera paz, lo dijo Jesús, brota del corazón, va conquistando
gradualmente a toda la persona y desde ella se extiende a los demás.
La
paz dijo Jesús, se apoya en el amor a los hermanos, que nos invita a una
convivencia entre todos, para el bien de todos, compartiendo algo que a veces
consideramos muy nuestro y con quienes a veces nos cuesta tratar.
Los
cristianos hemos de partir de nuestras experiencias, interrogándonos qué
podemos ofrecer al mundo para apoyarnos en Dios, que es quien nos ayuda para
afrontar las situaciones difíciles. Los cristianos hemos de ser caminantes para
preparar el lugar por donde el Señor ha de pasar, suscitando una adhesión libre
a la paz que nace del corazón, transformando el mundo según el Evangelio y
convirtiendo la fe en una vida alimentada por la fraternidad, por la verdadera
paz.