Domingo 19 de junio
12º del tiempo ordinario
Lucas 9,18-24
Hace dos mil años un hombre formuló esta
pregunta a un grupo de amigos. Y la historia aún no ha terminado de
responderla. El que hacía esta pregunta era simplemente un aldeano que hablaba
a un grupo de pescadores. Nada hacía sospechar que se tratara de alguien
importante. Vestía pobremente y los que le rodeaban eran gentes sin cultura. No
poseían títulos ni apoyos. No tenían dinero ni posibilidades de adquirirlo. No
contaban con armas ni con poder alguno. Eran jóvenes e inexpertos. Dos de ellos
morirían antes de dos años con la más violenta de las muertes.
Eran, ya
desde el principio y lo serían siempre, odiados por los poderosos. Pero tampoco
los pobres acababan de entender lo que aquel hombre y sus amigos predicaban.
Era, efectivamente, un incomprendido. Los violentos le encontraban débil y
manso. Los custodios del orden, por el contrario le juzgaban revolucionario y
peligroso. Los cultos lo despreciaban y a la vez lo temían. Los poderosos se
reían de su locura. Los ministros oficiales de la religión lo veían como un
blasfemo y enemigo del cielo. Y es cierto que muchos lo seguían cuando
predicaba por los caminos, pero a la hora de la verdad todos, salvo tres o
cuatro amigos, le abandonarían.
Creer en Jesús no es una curiosidad más. Es
algo que condiciona la vida, que supone vivir de una manera u otra.