Domingo 17 de abril
4º domingo de pascua
Juan 10,27-13
Para
probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser
de los suyos. Solo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles:
«Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen». Después de veinte siglos, los
cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de
Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.
Lo
primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en
nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos
sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y
sintonizar con su Buena Noticia de Dios. Juan XXIII dijo en una ocasión que “la
Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre
agua fresca”. En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el
agua fresca de Jesús.
Si no
queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente
en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que
invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y
reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras
comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único
Señor.
Pero
no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de
decidirnos entre contentarnos con una “religión cómoda” que tranquiliza las
conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como
una aventura apasionante de seguir a Jesús.
La
aventura consiste en creer lo que el creyó, dar importancia a lo que él le dio,
defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los
indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como
él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte
con la esperanza con que él se enfrentó.