Domingo 6 de marzo
4º de cuaresma
Lucas 15,1-3,11-32
En los alrededores de la estación central de una gran ciudad, se daba cita, día y noche, una muchedumbre de desechos humanos: barbudos, ladronzuelos, drogadictos… De todos tipos y colores. Se veía muy bien que era gente infeliz y desesperada: barbas sin afeitar, ojos con legañas, manos temblorosas, harapos, suciedad… Más que dinero, aquella gente necesitaba consuelo y aliento para vivir; pero esas cosas hoy no las da ya casi nadie.
Entre todos, llamaba la atención un joven, sucio, de pelo largo mal cuidado, que daba vueltas entre los pobres náufragos de la ciudad como si él tuviera una balsa personal de salvación.
Cuando le parecía que las cosas iban verdaderamente mal, en los momentos de soledad y de la angustia más negra, el joven sacaba del bolsillo un papel grasiento y consumido, y lo leía. Después lo doblaba con mimo y lo metía de nuevo en su bolsillo. .Alguna vez lo besaba, lo estrechaba contra su corazón o se lo llevaba a la frente. La lectura de aquella pobre hoja de papel surtía un efecto inmediato. El joven parecía reconfortado, enderezaba los hombros y recobraba aliento.
¿Qué decía aquella misteriosa hoja de papel? Únicamente seis breves palabras: «La puerta pequeña está siempre abierta».
Era todo.
Era una nota que le había mandado su padre. Significaba que había sido perdonado y que podía volver a casa cuando quisiera.
Y una noche lo hizo. Encontró abierta la pequeña puerta del jardín, subió la escalera silenciosamente y se metió en la cama.
Cuando, a la mañana siguiente, se despertó, junto a su lecho le miraba complacido su padre. En silencio, se abrazaron.
Tomás de Aquino decía que “a Dios no podemos ofenderlo a menos que actuemos contra nuestro bien”. Es una frase poco citada y que, sin embargo, constituye una estupenda formulación de lo que es esa palabra “pecado”.
Dios no es alguien que se enoja por nuestros pecados porque son una desobediencia a sus leyes y normas o porque violan su santa voluntad… Dios es Padre y nos quiere y se llena de alegría cuando actuamos en nuestro bien y, porque nos quiere, se entristece cuando nos hacemos mal…
Entre todos, llamaba la atención un joven, sucio, de pelo largo mal cuidado, que daba vueltas entre los pobres náufragos de la ciudad como si él tuviera una balsa personal de salvación.
Cuando le parecía que las cosas iban verdaderamente mal, en los momentos de soledad y de la angustia más negra, el joven sacaba del bolsillo un papel grasiento y consumido, y lo leía. Después lo doblaba con mimo y lo metía de nuevo en su bolsillo. .Alguna vez lo besaba, lo estrechaba contra su corazón o se lo llevaba a la frente. La lectura de aquella pobre hoja de papel surtía un efecto inmediato. El joven parecía reconfortado, enderezaba los hombros y recobraba aliento.
¿Qué decía aquella misteriosa hoja de papel? Únicamente seis breves palabras: «La puerta pequeña está siempre abierta».
Era todo.
Era una nota que le había mandado su padre. Significaba que había sido perdonado y que podía volver a casa cuando quisiera.
Y una noche lo hizo. Encontró abierta la pequeña puerta del jardín, subió la escalera silenciosamente y se metió en la cama.
Cuando, a la mañana siguiente, se despertó, junto a su lecho le miraba complacido su padre. En silencio, se abrazaron.
Tomás de Aquino decía que “a Dios no podemos ofenderlo a menos que actuemos contra nuestro bien”. Es una frase poco citada y que, sin embargo, constituye una estupenda formulación de lo que es esa palabra “pecado”.
Dios no es alguien que se enoja por nuestros pecados porque son una desobediencia a sus leyes y normas o porque violan su santa voluntad… Dios es Padre y nos quiere y se llena de alegría cuando actuamos en nuestro bien y, porque nos quiere, se entristece cuando nos hacemos mal…