ASÍ PERDONA JESÚS A TODAS/OS SUS HERMANAS/OS
Domingo 13 de marzo
5ª de Cuaresma
Juan 8,1-11
Dos señoras fueron a un sabio con fama de santo, para pedirle algún consejo sobre su vida espiritual.
Una decía que era una gran pecadora.
En sus primeros años de matrimonio había traicionado la confianza de su marido. No lograba olvidar aquella culpa, aun cuando después siempre se había portado de modo irreprensible; pero le seguía torturando aquel remordimiento.
En cambio, la segunda siempre había cumplido todas las leyes, y se sentía inocente y en paz consigo misma.
El sabio pidió que le contaran sus vidas.
La primera confesó con lágrimas en los ojos su culpa. Decía, gimiendo, que para ella no podía haber perdón, porque su pecado era demasiado grande.
La segunda dijo que no tenía nada especial de que arrepentirse.
El santo varón se dirigió a la primera: «Hija, ve a buscar una piedra, la más pesada y grande que puedas levantar, y tráemela».
Después, habló a la segunda: «y tú, tráeme tantas piedras como quepan en tu delantal, pero que sean pequeñas».
Las dos mujeres se dieron prisa a cumplir la orden del sabio. La primera volvió con una piedra grande, la segunda con una bolsa de guijarros. El sabio miró las piedras y dijo: “Ahora debéis hacer otra cosa: llevadlas a donde las habéis encontrado, pero poned mucho cuidado en dejarlas en su sitio. Después, volved aquí”.
Obedientes, las dos mujeres fueron a cumplir la orden del sabio. La primera encontró fácilmente el sitio de donde había arrancado la gran piedra y la puso en su lugar. La segunda, en cambio, daba vueltas inútilmente tratando de recordar de dónde había recogido cada guijarro. Era una tarea imposible, y volvió mortificada al sabio con todas sus piedras.
El santo varón sonrió y dijo: «lo mismo sucede con los pecados. Tú», dijo a la primera mujer, «has devuelto fácilmente a su sitio la piedra porque sabías exactamente dónde estaba: has reconocido tu pecado, has escuchado con humildad los reproches de la gente y de tu conciencia y has reparado con el arrepentimiento. Tú, en cambio», dijo a la segunda, «no sabes de dónde has recogido todas esas piedras. Igual que no has sabido reconocer tus pequeños pecados. Quizás has condenado las grandes culpas del prójimo y has permanecido apegada a las tuyas, porque no has sabido verlas».
¡Qué buenos abogados defensores para nosotros mismos y qué buenos fiscales para los demás!
Me admira la increíble capacidad de autoengaño que tenemos para encubrir nuestros pecados, y la agudeza que tenemos para agravar a las acciones de los demás...