Domingo 6 de diciembre
2º domingo de adviento
Lucas 3,1-6
“Vino
la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”.
El
viejo Testamento está a punto de quedarse en el pasado. Pero en ese viejo
tronco del ayer “viene la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el
desierto”. Juan no es del Antiguo Testamento. Tampoco del nuevo. Es el
tránsito. Es el puente. Es el brote nuevo. Es el anuncio de lo nuevo que está a
punto de brotar. El Antiguo Testamento es un viejo tronco que ya no da fruto,
pero en sus raíces todavía queda una vida que en el Nuevo Testamento será
revitalizada.
“Del viejo tronco de Jesé, brotará el nuevo
retoño que es Jesús”.
La vida
es más fuerte que la vejez.
La vida
es más fuerte que el robusto tronco.
La vida
siempre triunfa sobre lo que consideramos inútil o estorbo o peligro.
El
problema de hoy, tal vez no sea tanto de los troncos, sino un problema de raíces.
Hay
demasiadas vidas sin raíces profundas.
Hay
demasiadas parejas sin raíces hondas.
Hay
demasiadas instituciones carentes de raíces.
Hay
demasiadas vocaciones sin raíces profundas.
Hay
demasiadas decisiones sin raíces.
Hay
demasiadas prohibiciones sin raíces.
Por eso
son vidas que se mueren fácilmente. Mueren con la facilidad con la que mueren
los sentimientos que las sostenían.
Son
parejas que comienzan con mucha lozanía. Pero sus raíces están tan a superficie
de la tierra que, antes mueren las raíces que el tronco.
Son
vocaciones que nacen de unos ideales más emotivos que profundos. Y cuando la
emotividad de lo comenzado empieza a serenarse, uno siente que está perdiendo
la vocación.
Son
instituciones que brotan a golpe de emociones, de sentimientos, o de
oportunidades. Pero ¿dónde están sus raíces? Al fina terminan siendo
instituciones vacías, que solo pueden supervivir en base a leyes, a
prohibiciones.
Son
decisiones tomadas en un momento emocional pero sin tierra que las sostenga.
Cultivamos
demasiado las ramas. Pero nos olvidamos de las raíces.