Jueves 24 de diciembre
Noche buena-Navidad
Juan 1, 1-5.9-18
No
podemos cambiar la costumbre. Y como tantas veces, muchas de ellas serán
palabras vacías simplemente para cumplir el expediente. A veces será un breve
mensaje para no romper del todo el contacto con personas con las que nos
comunicamos sólo en estas fechas.
¡Cuánta
palabra vacía! ¡Cuánta palabra que no toca nuestros sentimientos ni las fibras
de nuestro ser! Son un signo de cómo hemos ido construyendo nuestra sociedad
sobre la “vaciedad humana”, llenándola de cosas superficiales.
Y
cuando hablo de cosas superficiales no me refiero tanto a cosas materiales,
sino a realidades tan profundamente humanas como la palabra.
La
palabra que está llamada a ser la forma de expresar mi interioridad, de entrar
en contacto con los demás… pero ¡cuánta palabra hueca!
Para
muchos de los que siguen manteniendo un sentimiento religioso, la Navidad se
identifica con un niño, nacido el Belén, hace muchos años y en un pesebre…
En
medio de tanta palabra vacía, que es mero sonido, Dios aparece como Palabra
creadora que da vida. Y da vida porque la Palabra de hace carne. Algo que se
puede tocar. Algo que entra en contacto con las personas. Algo que es capaz de
transformar a las personas y al mundo.
Celebrar
la Navidad es aceptar la invitación de Dios a transformar nuestra vida en “palabra
que se hace persona”. Persona que se alegra con la alegría del otro. Persona
que sufre con el sufrimiento del otro. Persona dispuesta a generar vida en un
mundo marcado por la soledad.
No podemos aceptar una Iglesia cuya palabra
sea como una losa que termina de enterrar a las personas… su Palabra ha de ser
Carne que da Vida, que abre caminos de libertad, que ayuda a crecer en
humanidad y responsabilidad.