3º de Cauresma
Juan 2,13-25
Lo peor de la escena
del evangelio de hoy, es la tentación de convertirnos en espectadores que
piensan que lo que se dice aquí se refiere a otros. Quizás a los curas que con
sus aranceles por bodas, funerales y misas han convertido el templo en un
mercado…; o los que venden medallas en los santuarios… Y ante ellos,
comentamos: “bien hecho, ya lo había dicho yo siempre, que era una vergüenza
este comercio”…
Desde esta actitud no
captamos el significado de este episodio.
Nadie puede creerse
dispensado de esta limpieza.
¿Quién de nosotros
está seguro de no abusar del templo?
¿Quién de nosotros
puede decir que alguna vez no haya comerciado con Dios?
¿Quién de nosotros
puede decir que no ha ido alguna vez a la iglesia sólo para sentirse bien,
tranquilo?
El gesto de Jesús se
entiende sólo si nos colocamos entre los destinatarios de su ira.
Lo que impresiona en
las palabras de Jesús es la alternativa entre “casa de mi Padre” (o “casa de
oración”) y “mercado” (o “cueva de bandidos”).
El templo que no es
casa de oración, se convierte en mercado.
Ese término de
“mercado” no se refiere solamente al tráfico que se desarrolla a la sombra del
templo, sino también a un cierto tipo de religiosidad.
Con Dios no se
comercia, como se hace con los vendedores para el sacrificio.
No se enderezan las
cosas torcidas rezando un salmo. Las cosas torcidas sólo se enderezan
mejorándolas.
No se puede ir en
peregrinación al templo y después continuar calumniando y mintiendo.
No se puede ser
sincero con Dios cuando se engaña a los propios semejantes.
Dios no quiere los golpes en el pecho de quien pisotea después la justicia.
No se va a la Iglesia
para huir de los propios compromisos sociales y familiares, sino precisamente
para tomar conciencia de las propias responsabilidades.
En otras palabras lo
que se condena es el templo como refugio.
Lo que se desautoriza
es el aspecto tranquilizador de determinadas prácticas religiosas.
Lo que se denuncia es
la piedad como coartada. Un culto de este género es un culto mentiroso y la
seguridad que proporciona es una falsa seguridad.
En este sentido la
purificación del templo se traduce en desenmascarar la hipocresía de esas
personas religiosas que creen ponerse en regla con Dios, por el hecho de hacer
unas prácticas religiosas concretas…
La alternativa al templo
“cueva de bandidos” es el templo abierto, no ciertamente a las personas
perfectas, sino a las personas que quieren vivir en fidelidad, en transparencia
y sinceridad y que buscan en Dios no a un “cómplice” dispuesto a cerrar los
ojos ante ciertos hechos y conductas, sino alguien que guía por el camino de la
rectitud.
Cada persona, TODA
persona es templo de Dios. Es en nuestra relación con los demás donde
manifestamos nuestra auténtica relación con Dios.