Domingo 8 de marzo
2º de Cuaresma
Mateo 17,1-9
Vemos
a los demás, no por lo que llevan dentro, sino por lo que vemos desde afuera.
Vemos
a los demás, tapados y escondidos detrás del muro de sus cuerpos.
Vemos
los árboles, desde su áspera corteza, y no vemos la savia que corre por dentro.
Vemos
las rejas de la cárcel, y no vemos a los hombres que sufren privación de
libertad allá dentro.
Vemos
las rejas de los conventos de clausura, y no vemos esas almas contemplativas
que han consagrado su vida a Dios y dedican sus vidas a orar por la Iglesia y
el mundo.
Vemos
la enfermedad y vemos muy poco al enfermo.
Vemos
el pan de la mesa, y no vemos el sudor de quien lo ha ganado con su amor y el
esfuerzo de su trabajo.
Vemos
el cuerpo gastado y arrugado del anciano ya cansado, y no vemos al hombre que
vive y siente y ama y tiene necesidad de cariño, allí dentro.
Vemos
a la Iglesia desde sus debilidades humanas, y no vemos al Jesús que vive
resucitado en ella.
Vemos
el pan de la Eucaristía, y vemos muy poco al Jesús que se encierra dentro de
ese pan.
Nos
miramos y nos vemos cada mañana en el espejo. Pero el espejo no nos muestra
nuestra verdad interior. No nos muestra nuestro corazón ni nuestra alma. Es
preciso aprender a mirar y ver no lo que llevamos de cáscara sino lo que vive
dentro, late dentro, ama dentro. Es preciso aprender a mirar al mundo y
descubrir a Dios. Es preciso mirar al hombre y descubrir en él, a un hermano.
Las personas ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos
en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el
mensaje que toda persona nos puede comunicar.
Tampoco
resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente
es vivir escuchando a Jesús. Y sin embargo, solamente desde esa escucha cobra
su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Solo desde la
escucha nace la verdadera fe.