Domingo 15 de marzo
3º de Cuaresma
Juan 4,5-15.19b-26.39a.40-42
Conversar
con Jesús no es irse por las ramas ni hacerse el despistado. No es discutir
sobre esta religión o la otra. No es repetir lo que hemos aprendido en la
Biblia.
Conversar
con el Jesús no es ponerse a la defensiva y decirle nuestras excusas: tú ya
sabes, Señor, el trabajo, los hijos, la rutina, la renta, el sueldo que no
llega… ¿cómo puedo tomarte en serio con tantos asuntos en mi mente?
Conversar
con Jesús es identificarse con la samaritana. Es mirar la profundidad de tu
pozo. Es dejar que Jesús te lo llene de agua que quita la sed, de agua viva.
Conversar
con Jesús es dejarle hablar a él, escucharle y permitirle ver tu vida tal cual
es.
Es
abrirte a él para que te redima.
Conversar
con Jesús es reconocer que Él no está ni en la montaña ni en Jerusalén. Él está
en mi sed.
Jesús
no está en el templo sino en el grito de mi espíritu que grita: dame tu agua
viva.
Cuando
hemos probado el agua viva de Jesús, no necesitamos de otras fuentes.
Cuentan
la historia de un buque que navegaba por el sur del océano Atlántico y hacía
señas a otro buque que navegaba por allí: Ayudadnos. No agua, Nos morimos de
sed. Los del otro buque les gritaron: Echen sus cubos donde están. Los del
barco siguieron gritando: Ayuda. No agua. Nos morimos de sed.
La
respuesta era siempre la misma. Desesperados decidieron seguir el consejo y
llenaron sus cubos con agua clara, fresca y dulce de la desembocadura del
Amazonas.
Estaban
rodeados de agua dulce por los cuatro costados, sólo tenían que cogerla, pero
ellos ignorantes pensaban que se encontraban rodeados de aguas saladas.