Domingo 26 de enero
3º del tiempo ordinario
Mateo 4,12-23
Jesús
empieza su predicación haciendo suyas las palabras de Juan: “enmendaos”. Hay
que empezar por una liberación personal lo más profunda que sea posible: hay
que mirarse por dentro, descubrir hasta qué punto somos responsables o
cómplices del sufrimiento de los demás y tomar la determinación de cambiar de
actitud y de comportamiento. Y después creer que el proyecto de humanidad que
Jesús llama “el reino de Dios” es, en verdad, buena noticia y confiar en que
ese proyecto/buena noticia se va a realizar: “cambiad de actitud y tened fe en
esta buena noticia”.
Lo
que Jesús nos quiere comunicar no es un método para alcanzar la perfección
individual. La nueva realidad no es sólo el ser más buenos. La de Jesús es una
empresa colectiva, es un proyecto para organizar la convivencia. Por eso
empieza buscando un grupo de personas que acepten su proclama, que vivan con él
y, después de conocerlo y de experimentar la bondad de aquella noticia, se
conviertan en impulsores de esa empresa colectiva, que es el mundo del amor.
Ellos tendrán que proponer a otros hombres el proyecto de un mundo de hermanos
-éste podría ser otro modo de llamar al reino de Dios-, ellos tendrán que ser
pescadores de hombres: portadores de la buena noticia para ofrecerla a todos
los que tengan hambre y sed de pan, de paz, de igualdad, de justicia, de amor…,
invitándolos a organizar entre todos el mundo de tal modo que todas esas
hambres encuentren hartura. Deberán ser buena noticia para que el mundo pueda
llegar a ser fuente de buenas noticias.
A
nosotros compete hoy esa tarea, pero es posible que un día nos pidan cuentas
por habernos presentado como portadores de la buena noticia (evangelio = buena
noticia) y nos hayamos dedicado a dar malas noticias, pues la peor noticia para
este mundo sería que el reino de Dios es asunto de otro mundo.