Domingo 8 de diciembre
Día de la Inmaculada y segundo de adviento.
Lucas 1,26-38
La
alegría de María es el gozo de una mujer creyente que trasmite alegría porque confía
y vive según le dicta su Fe en Dios, el que levanta a los humillados y dispersa
a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos
vacíos.
La
alegría verdadera solo es posible en el corazón del hombre que anhela y busca
justicia; libertad y fraternidad entre los hombres.
El
evangelio nos enseña que la madre de Jesús fue una mujer sencilla, de un pueblo
pobre y perdido. La idea que María tenía de sí misma es que era una mujer sin
complejos para creer en Dios y esa creencia le hacía vivir para y por los demás.
Esto
es más importante que la “pureza sin mancha”, por muy importante que eso sea.
La devoción a María nos tiene que llevar a ser tener una conducta humilde y sin
pretensiones de ser los selectos o los mejores.
María
se alegra en Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.
Solo
se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que
lloran.
Solo
tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los
humillados.
Solo
puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros.
Solo
puede celebrar la Navidad quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre
nuevo entre nosotros.