Un
profesor de universidad fue a visitar a un gurú, un maestro de sabiduría
oriental y le dijo: “Maestro, enséñame lo que tengo que saber para ser feliz.
He estudiado las Escrituras, he escuchado a los grandes maestros, pero aún no
he encontrado la respuesta”.
El
Maestro le invitó a té, llenó la taza y siguió echando té que se iba derramando
por la mesa y el suelo.
El
profesor sorprendido le dijo: “La taza está llena. Pare. Ya no cabe más”.
El
Maestro le explicó: “Tú, como esta taza estás lleno de tus opiniones y de tus
especulaciones. ¿Cómo puedo enseñarte el camino si antes no vacías tu taza?
¿Podemos
vaciarnos de nuestros prejuicios, de nuestras ideas fijas, de nuestros hábitos,
de nuestra educación de nuestro orgullo, del siempre se hizo así, de la
contaminación mediática ambiental, de ese bagaje acumulado a lo largo de los
años?
El
desierto es el lugar donde entro en relación con Dios, el guía del camino. Cada
uno de nosotros tenemos que descubrir nuestro desierto donde Dios sale a
nuestro encuentro y nos habla al corazón, nos consuela y nos trae del exilio a
la tierra prometida, a su reino.