Domingo 10 de noviembre
32 del tiempo ordinario
Lucas
20,27-38
Jesús
no se dedicó a hablar mucho de la vida eterna. No pretende engañar a nadie
haciendo descripciones fantasiosas de la vida más allá de la muerte. Sin
embargo, su vida entera despierta esperanza. Vive aliviando el sufrimiento y
liberando del miedo a la gente. Contagia una confianza total en Dios. Su pasión
es hacer la vida más humana y dichosa para todos.
Su
fe es sencilla. Es verdad que nosotros lloramos a nuestros seres queridos
porque, al morir, los hemos perdido aquí en la tierra, pero Jesús no puede ni
imaginarse que al padre se le vayan muriendo esos hijos suyos a los que tanto
ama. No puede ser.
La
fe se nos está quedando ahí, arrinconada en algún lugar de nuestro interior,
como algo poco importante, que no merece la pena cuidar ya en estos tiempos.
¿Será así? Ciertamente no es fácil creer, y es difícil no creer. Mientras
tanto, el misterio último de la vida nos está pidiendo una respuesta lúcida y
responsable.
Esta
respuesta es decisión de cada uno. ¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza
última más allá de la muerte como una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir?
¿Quiero permanecer abierto al Misterio último de la existencia confiando que ahí
encontraremos la respuesta y la acogida que andamos buscando ya desde ahora?