Domingo
23 de junio
Festividad
del Corpus
Lucas
9,11b-17
July
nació con una deficiencia profunda. Para su papá y su mamá fue un golpe muy
fuerte, sobre todo al comienzo… “Nadie se espera un regalo como este”, me decía
alguna vez su papá, después de que fue acogiendo el misterio de la vida de
July, limitada y con muchos problemas, pero plena ante los ojos de Dios. Poco a
poco, los demás hermanos y hermanas fueron aprendiendo, como sus papás, a
convivir con July. Pero no fue fácil… Había que hacérselo todo y cuando tenía
las crisis, ponía a todos a correr. Siempre estaban recibiendo nuevas lecciones
de July. Sin que se dieran cuenta, esta niña frágil, indefensa y llena de
impedimentos, se fue convirtiendo en el centro de toda la familia.
Cuando
tuvo la edad para recibir su primera comunión, sus papás fueron a ver al
sacerdote de la parroquia, que la había bautizado y que le había dado la
primera comunión a todos los hijos e hijas mayores… De modo que los padres de
July le dijeron a su párroco: “Nos gustaría que July recibiera su primera
comunión. Ya ha cumplido la edad y le hemos enseñado lo que hemos podido sobre
el amor y la cercanía de Dios en su vida. Ella no puede hablar, ni sabe las
oraciones, pero consideramos que debe participar, como todos los demás, de este
regalo semanal de Dios a cada uno de nosotros”
El
sacerdote, un poco confundido por la propuesta, no supo bien qué decir. Nunca
se le había presentado un caso así y la preparación para la primera comunión
era muy exigente en esa parroquia. Los niños y las niñas participaban de la
catequesis durante casi un año, aprendían las oraciones, las enseñanzas de
Jesús y, sobre todo, el significado profundo de la eucaristía… No era
conveniente hacer excepciones, sobre todo porque podría crearse un mal ambiente
entre los feligreses más cercanos; de modo que, después de mucho pensarlo, el
párroco dijo: “Lo siento, pero me temo que no podrá ser, puesto que July no va
a entender lo que va a recibir”. Carmen, la mamá, se quedó mirando al padrecito
a los ojos y le preguntó: “Padre, ¿y me va a decir que usted sí entiende lo que
recibe cada día en la eucaristía?” El sacerdote bajó los ojos y pidió perdón
por haber pretendido ser dueño de un regalo que Dios dejó para todos y que,
aunque recibimos con cierta frecuencia, nunca podremos entender en toda su
profundidad. El mismo papa Juan Pablo II reconoció esta realidad, cuando se
preguntaba en su encíclica sobre la Eucaristía: “Los apóstoles que participaron
en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de
los labios de Cristo? Quizás no”.
Algún
tiempo después, July recibió su primera comunión con el grupo de niños y niñas
de la parroquia. Ella, regalo de Dios para su familia y para el mundo, fue
acogida por Dios en su mesa, para participar del gesto que realizó Jesús
delante de sus discípulos, mientras comían: “tomó en sus manos el pan y,
habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos diciendo:
–Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias
a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron”. Así fue como July se acercó por
primera vez a la mesa de la comunión. Ella, como tú y como yo, sin entender
completamente este misterio, fue abrazada por el misterio del amor de Dios que
se entrega hasta el extremo y nos invita cada día a hacer lo mismo en memoria
suya.