«¡Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Estas palabras pronunciadas en
medio de la soledad y el abandono más total son de una sinceridad abrumadora.
Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja
de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?
Este
grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a
Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en
labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte:
Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿No vas a responder nunca a los gritos y
quejidos de los inocentes?...Pero seguramente el responde y nosotros no lo oímos.
A
pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el
Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: «Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu». Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado
animando con su Espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo
en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.
Esta
semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la pasión y
la muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús
crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.