Domingo 19 de agosto.
20º del tiempo ordinario.
Juan 6,51-58
En
las sociedades modernas se habla mucho de «calidad de vida».
Desgraciadamente,
solo se trata de la calidad de algunos productos. Se diría que la vida mejora
cuando mejora el modelo de nuestro coche, la capacidad de nuestro ordenador o
la casa donde vivimos. Sin embargo, se puede tener toda la «calidad de vida»
que ofrece la sociedad moderna y no saber vivir.
No
es extraño ver a personas cuyo único objetivo es llenar el vacío de sus vidas
llenándolo de placer, excitación, dinero, ambición y poder. No pocos se dedican
a llenar su vida de cosas, pero las cosas siempre son algo muerto, no pueden
alimentar nuestro deseo de vivir. No es casual que siga creciendo el número de
personas que no conocen la alegría de vivir.
La
experiencia cristiana consiste fundamentalmente en alimentar nuestra vida en
Jesús, descubriendo la fuerza que encierra para transformarnos poco a poco a lo
largo de los días. Jesús infunde siempre un deseo inmenso de vivir y hacer
vivir. Un deseo de vivir con más verdad y más amor.
Hay
una «calidad de vida» que muchos desconocen y que sólo la disfrutan quienes
saben vivir con la sencillez y sobriedad de Jesús, con su mirada atenta al
sufrimiento humano, con su deseo de vida digna para todos, con su confianza
grande en Dios.
Jesús
puede infundir de nuevo en nosotros un deseo inmenso de vivir. Un deseo nuevo
de verdad, belleza, plenitud. Él puede ayudarnos a descubrir de manera nueva la
vida, el amor, las relaciones humanas, la esperanza.