Domingo 4 de agosto
18º del tiempo ordinario
Juan 6,24-35
Jesús
no viene a resolver ningún problema particular; él ofrece una respuesta global
a la vida del hombre y se da como alimento para que esa vida crezca y se
fortalezca y los hombres puedan saciar todas sus aspiraciones: acabar con el
hambre, por supuesto, pero también satisfacer el deseo de amar y sentirse
amado; ver cumplida la urgencia por la justicia, y también la necesidad de
ternura, sentirse en armoniosa y fraterna relación con sus semejantes, y
también, como hijos, con el Padre Dios.
El
trabajo que Jesús nos pide a sus seguidores es que nos tomemos en serio todo
esto; que nos pongamos de su parte, que aceptemos plenamente su proyecto de
hacer de este mundo un mundo de hermanos, que dejemos que el Padre nos selle
con su Espíritu y nos dé con él la fuerza que nos permita ser capaces de hacer
de nuestra vida un don continuo en favor de la vida del mundo, de tal modo que,
sin rendirnos jamás en la lucha por la justicia, sin olvidar que la primera que
hay que satisfacer es el hambre de alimento, nunca perdamos de vista que las
hambres del hombre no se sacian sólo con pan y ni siquiera con sólo justicia:
el hombre necesita amor, todo el amor, hasta el amor de Dios. Cuando en nuestro
mundo domine solo el amor se habrá revelado el pleno sentido de las palabras de
Jesús: “Yo soy el pan de vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien
me presta atención nunca pasará sed.”